sábado, 3 de abril de 2010

¿En qué se parece un cuervo a un escritorio?

Acaba de terminar “La declaración de Alicia” Y aun no tenía respuesta. Las páginas, como cartas barajadas se unieron unas a otras en una danza de perfecta armonía, cuando sus manos cerraron las carpetas de cartón forradas de azul con letras repujadas doradas.

Se levantó lentamente y caminó hacía el librero. Abrió espacio entre los libros El soldadito de plomo y cuentos para narrar y Peter Pan, y colocó su libro. Pasó su mano por los mogotes creados por los forros confinados al cubículo y llegó al Diablo en la Botella. Lo sacó con cuidado, lo colocó en la mesilla de noche junto a la cama, apagó en quinqué y se acostó. “¿En qué se parece un cuervo a un escritorio?”.

Su mente viajó y vio al conejo blanco corriendo mientras mira su dorado reloj de bolsillo. Esta vez, no se escapa por un viejo árbol hueco, sino que se detiene y le mira con atención, saca del bolsillo una carta y la lanza hacia él. En origen, no entiende si se la lanza para que la vea o la lanza como arma de ataque, quizás el conejo se siente amenazado por su mirada, por su curiosidad. Quizás esa carta no es una simple carta y sin embargo es un bumerán.

La contestación no se hizo esperar, la carta cayó sobre sus botas negras. No fue hasta entonces que notó que ya no estaba en la cama, en casa, en Gersthof. Estaba parado sobre una grama muy verde y brillante, y llevaba botas de piel hasta las rodillas. Tomó la carta, supuso que se encontraría el As de corazones. Sería de esperarse considerando que acababa de concluir el libro que inmortalizó el nombre de Caroll.

- El As de Copas- Extrañado viró la cara de la carta y se encontró al Loco. Si, al Loco, con un gran sombrero en la mano sonreía ampliamente sin razón. -El As de Copas- Levantó su mirada lentamente y no pudo divisar al conejo, por el contrario, se encontró con un enorme y dorado portón victoriano que brillaba como una estrella; parecía estar cerrado pero no veía traba que uniese ambas hojas.

Se dio la vuelta y comenzó a caminar en dirección contraria. Y un hombre vestido de hermético frac le hizo frente. Miró su rostro tan genérico, si errores, pero sin dones y sin expresión, parecía blanco como la leche y a la vez le recordaba cada uno de los rostros de las personas que de alguna manera le habían censurado su tendencia a imaginar. –Aquí no puedes regresar.

-No entiendo por qué.
-Tienes la marca. Has recogido la carta.
-¿Qué marca? Me lanzaron esta carta. La recogí por curiosidad. Tome, tenga la carta.
- Mire su mano.

Miró su mano derecha y no encontró absolutamente nada irregular. –La izquierda, venga.- Cambió la carta de mano y encontró sobre la palma el tatuaje de una espirar, que parecía no tener fin y siempre estar en movimiento.
–Lo ve, es la marca de los condenados, quien la lleve, es expulsado. Ya eres un extraño. Cruce el portón.
-Ese portón no estaba allí hace un minuto.
-Ese portón siempre ha estado allí. Pero usted nunca había estado aquí.
-¿Cómo llegué hasta aquí?
-No lo sé, eso sólo lo puede contestar usted. Pero su persona ya no es asunto de esta tierra. Cruce ese portón, y busque allá quien le resuelva.


El hombre de hermético frac, ya no era su único impedimento. A pesar de poder observar el panorama tras de su interlocutor le era imposible alcanzarlo. Parecía que frente a él se había colocado un mural pintado con maestría, o una pared muy cristalina intraspasable, no había otra opción que darse la vuelta. El portón de a poco se fue moviendo hacía el interior, expandiendo sus brazos, dándole la bienvenida.

Mientras caminaba al interior, observó que un cuervo, volaba en pos del portón y sintió escalofríos. Recordó el cuento “El Cuervo” y otros tantos en dónde esa ave de rapiña aparece cercana o dando vueltas en el cielo circundando un mismo lugar. En los cuentos un cuervo jamás aparece sin avisar algo, dónde hay un cuervo hay una historia. y volvió a preguntarse “¿En qué se parece un cuervo a un escritorio?”

En el instante en que dio su último paso hacia el interior desapareció el portón. Se encontró solo, en un interminable descampado, en donde solo logró divisar una figura, al parecer inerte, a la distancia. Le tomó un largo rato llegar cerca del objeto, al menos eso le pareció, aunque el sol no se había movido de lugar.

Era una mesa de madera, simple y ordinaria. Le dio la vuelta y encontró que tenía una silla. Volvió a mirar el tope de la mesa y encontró una libreta, y un tintero con una larga pluma de avestruz. La pluma le pareció curiosa, los colores parecían navegar como en aguas a través de su superficie.-Es imposible escribir con semejante aparato- Puso la carta sobre el escritorio y la tomó con su mano derecha, con la que le habían ensenado a escribir. Le fue muy dificultoso sostener la postura adecuada sin ejercer una presión indebida entre el anular y el pulgar. La cambió de mano y trazó unos gabarrazos en el papel. La pluma fluía con naturalidad. Sonrió ante lo curioso del asunto y miró la carta.

La imagen había cambiado por completo. El Loco aparecía con el sombrero puesto, sentado en un escritorio con una pluma de avestruz en su mano dispuesto a escribir. Le choco el cambio. Se sentó en la silla y miró el dibujo detenidamente. El rostro le parecía conocido, de hecho, le recordaba al suyo, un cuervo parecía volar dando vueltas en círculo sobre su cabeza.- “¿En qué se parece un cuervo a un escritorio? Dónde hay un cuervo se encierra una historia y en un escritorio se plasman, se inmortalizan historias.

Sintió escalofríos, y una inmensa necesidad de reír a carcajadas, un desbordamiento de sentimientos incoherentes pero en si, le parecían en perfecta armonía. Tomó nuevamente la pluma, la llenó de tinta, y fue entonces cuando vio que más allá del suelo blanco y negro cuadriculado reía la Locura juntando al ajedrez con las cabezas de los invitados a su gran banquete.

El Caballo vigila al Rey en su guarida. Cuidado que la vida no te gane la partida….



-M. Bird-Collado