miércoles, 9 de abril de 2014

Contigo dentro... para estar cuerdo.

Las canciones utilizadas son “la locura” y “la cordura” de Ismael Serrano.


Aun cuando la abundante luz exterior entraba desde los ventanales de corte francés, que corrían de lado a lado de la pared exterior, el níveo color de las paredes y las vestimentas, y la relajante temperatura de 55 grados pretendían lograr un ambiente ameno, cuando entró a aquella habitación con visos de celda, sentía el helado y seco frío capaz de quebrar el cristal que deja tras de sí la  ansiedad, el desespero que de quien en se encontraba confinado a aquellas paredes. De visitar tantas habitaciones ya había logrado identificar las atmósferas de los espacios de cada uno de esos pacientes. No podía explicarlo de otra forma aparte de que la atmósfera era un algo casi visible, casi palpable. Daba risa a los demás cuando escuchaban sus descripciones, “es que la habitación estaba azul” o “era como una niebla densa y húmeda”, y de algún modo, aunque no se identificaban con sus descripciones, se veían obligados a darle  la razón. Cada habitación era distinta con cada paciente recluido, una y mil formas sujetas a constantes cambios segun los rostros que la habitaban. Había algo abstracto pero presente, aun cuando no pudiesen describirlo de una manera tan vivida por lo hacia el luego de tantos años de experiencia. Esta habilidad, que algunos conocen como don, le permitía discernir de antemano de qué forma, sin caer en la condescendencia, podía tratar de manera empática al que ser amenazado por cosas de las que soledad transitaba. Aquel don le llevó a conocer más de tres cuartas partes de las condiciones encerradas tras aquellas puertas blancas con el pequeño mirador.

Ahí estaba él envuelto en  hielo, muriendo de frío y quemaduras mentales. Le encontró jugando con la cremallera del abrigo que le había regalado su expareja, quien nunca había transitado por aquella habitación luego de dejarlo en la recepción y despedirse con un adusto “vuelvo mañana”.  Tomó asiento mientras daba un escueto pero apacible saludo,  y observó como las venas formaban mogotes sobre el dorso de la mano, detalle del que antes no se había percatado. El hombre tomó la palabra, sin dejar de jugar con la esquina inferior de su abrigo.

-No ha venido, y dijo que volvería mañana. De eso hace más de una semana –el médico le observaba sin tomar la palabra por lo que continuó - Antes de que se fuera, cuando yo pensaba que todo estaría bien, aunque de verdad no lo pensaba… ¿o lo pensaba? La verdad es que no estoy seguro, Doctor. Bueno, yo le escribí una canción. Pensé que le gustaría, que la enamoraría más… Quizás debería decir que la retendría, que la haría hacerse dar cuenta de cuando la amaba, de lo romántico que era. Ya sabes, darle una de esas cosas que a las mujeres les gusta, que se pasan quejándose de las parejas cuando no son románticos, rollos del hombre perfecto y eso.

-¿Qué te hacía sentir  inseguridad?

- Dudaba que tuviera a alguien más, que se fuera, de que no me quisiera. Constantemente me recordaba lo aburrido y frustrante que yo le parecía. No la culpo, yo lo sé.

- Y si ella..

-¡No lo sé! No quiero que me deje –interrumpió de improviso, si conocer el argumento, la pregunta o la aseveración que su médico presentaría – y no viene. No llama.

-Bueno, y ¿qué pasó con la canción?

- Luego de escucharla recogió cada una de sus cosas, y se marchó. Siempre decía que yo me tenía  que ir, pero esta vez…-.  Bajo lentamente la mirada temblorosa y expresiva; aquellos ojos pardos y sospechosamente atractivos. De su bolsillo sacó  un grupo de papeles maltrechos y descuidados. Desde su reclusión no se había despegado de aquel viejo y despintado abrigo gris de capucha.  Le entregó uno de los papeles y observando directamente los gestos del médico, espero.

Con la mirada sobre si, el médico sintió la presión de quien espera conocer la reacción, más allá de su papel dentro de los sucesos, sobre la calidad del documento. El título de La Cordura estaba escrito en color negro, y el resto en la letra en azul. Los atributos del  trazo de estas dos palabras se distinguían  por un excesivo grosor, debía haber apretado la punta del bolígrafo contra el papel al escribirlo.

Reconocerme en los rincones de tu abrazo.
Comprarte flores cuando sales del trabajo.
Volver contigo cuando escucho el noticiero.
Quedarme fuera y que me empape el aguacero.
Para estar cuerdo.
Y seguir despierto.
Tenerte cerca cuando estalle la razón.
Besar tu estambre, congelar la habitación.
Contigo dentro.
Para estar cuerdo.

Ella me reclamó los últimos tres versos. Estaba furiosa. Histérica. Me gritaba que estaba enfermo, que no tenía nada que aportar, que me viera en un espejo. Aun no sé qué pasó. ¿¡Que hice mal!? De verdad, estoy pendiente de ella, y casi no reclamo, vivo para complacerla. Traté de detenerla. Estaba dispuesto a todo lo que fuese necesario hacer para que se quedase, pero no lo pensó dos veces, se marchó.

-       Entonces es que usted decide ir y tomarse las pastillas para dormir, ¿no?

-       Si, ahí fue que pasó.

-       Pero la llamó a ella, luego de tomarlas. Sea sincero, ¿deseaba morir?

La prolongación del silencio, la mirada oculta en una metódica observación de unas manos vacilantes llenas de marcas, contestaron la pregunta. No le torturaría más con ello. Dio una segunda mirada a La Cordura.

-“Congelar la habitación contigo dentro, para estar cuerdo”. Es una expresión muy intensa. ¿Se sentía así?, con la necesitad de congelarla para retenerla.  ¿Ha escrito algo más?

-Es un decir.

-¿Dudaba?

- ¿Qué si dudaba? Mucho –contestó luego de torcer la mirada cambiando su semblante a aceptación.

-Luego de la última vez que la vio, ¿ha escrito algo más?

-Sí, otra pequeña canción como esa. – Mientras explicaba le entregó la otra hoja que cargaba consigo en el bolsillo.-  Es la continuación, la que usted tiene la llamé “La cordura” y la  siguiente le llamé “La locura”.

-Muy propio para el momento.

- O sea, fue después, ya estando aquí, habiendo escrito la otra. No se crea que se me ocurren cosas tan creativas desde un comienzo.


Abrió la última puerta o eso pensaba
y encontró otra puerta: la luz del alba.
Tiene el alma más habitaciones
que un prostíbulo o un hospital.
Y la Locura más razones para amarte
que un corazón espinas de rosal.
Abrió la última puerta o eso pensaba.
Y sólo abrió los cierres de su garganta


-Entonces reconoce la debilidad de sus sentimientos. “La locura más razones para amarte que un corazón espinas de rosa” Sabe que no es sano, lo reconoce.

-Si, pero no importa. Ella es todo. Hablaré  con ella, le demostrare…

- Usted sabe que no volverá…y aunque usted no lo crea es lo mejor que le podría suceder. –le interrumpió invadiendo su línea de pensamiento.

Sintió como su interlocutor le cerraba las puertas a la comunicación, desviando la mirada. La conversación había sido concluida.  Tomó sus últimas notas y cruzó la puerta dejando tras de sí.

No se permitía la lastima. Dentro de circunstancias normales le parecía incompresible que un hombre como él se encontrase en aquella penosa situación. Aquel hombre había sido objeto de numerosos comentarios por las empleadas de la institución. No había pasado desapercibida su larga y ondulada cabellera marrón, o sus enormes ojos tristes, o su voz.  Los tonos lastimeros de su voz habían sido elogiados por todo aquel en dirección a sus respectivas tareas, pasaba de largo la puerta de su habitación. Sin duda era el prototipo del joven artista perseguido por las mujeres que sueñan con los que hablan sus canciones y pretenden dar chispa a su mirada perdida; cualquier hombre promedio reconocería que no le era competencia en tema de mujeres. Se le hacía dispar la combinación de aquellos atributos físicos con semejante panorama. Sin lugar a dudas su diagnóstico era claro, y en su historia anotó trastorno de personalidad dependientes, rasgos de borderline disorder. Debía recibir el tratamiento correspondiente. Permanecería algún tiempo en aquella habitación.

-Doctor, ¿alguna instrucción?

-Eh, no. Bueno, sí. Si llegase una mujer llamada Lucia Hernández, no la dejen entrar. Háganla pasar por mi oficina.

-Tomo nota y dejare aviso.

-Sí, hazlo, pero ni siquiera yo creo que venga.


No hubo contra ataque verbal. ¿Es acaso que la verdad rompe el alma? <<Tiene el alma más habitaciones que un prostíbulo o que un hospital.>>  Le dolía el estómago y se le dormían las piernas. Era más fácil no estar en tiempo, lugar y espacio, era mejor concentrarse en cantar, cantar y volver a cantar, lo mismo una y otra vez. Si el dolor no se marcha, que importa curarse con el mismo dolor. El médico se había marchado, como todos. << Abrió la última puerta o eso pensaba. Y sólo abrió los cierres de su garganta>>. Dejó ir su mirada hacia la ventana, en la que las gotas de lluvia luego de su estrepitosa caída desde de los cielos, se estrellaban para morir en un  serpenteante y agotador descenso adherido al cristal, a la realidad.