jueves, 17 de junio de 2010

¿En qué se parece un cuervo a un escritorio? Borrador 2

Acababa de terminar “La declaración de Alicia” y aun no tenía respuesta. Las páginas, como cartas barajadas, se unieron unas a otras en una danza de perfecta armonía, al cerrar sus manos las carpetas de cartón forradas de azul de letras repujadas doradas.

Se levantó lentamente y caminó hacía el librero. Abrió espacio entre los libros El soldadito de plomo y cuentos para narrar y Peter Pan, y colocó su libro. Pasó su mano por los mogotes creados por los forros confinados al cubículo y llegó al Diablo en la Botella. Lo sacó con cuidado, lo colocó en la mesilla de noche junto a la cama, apagó en quinqué y se acostó. “¿En qué se parece un cuervo a un escritorio?”.

Su mente viajó y vio al conejo blanco corriendo mientras miraba su dorado reloj de bolsillo. Esta vez, no se escapaba por un viejo árbol hueco, sino que se detuvo y le miró con atención, sacó del bolsillo una carta y la lanzó hacia él. En origen, no entendió si se la lanzaba para que la viera o la lanzaba como arma de ataque; quizás el conejo se siente amenazado por su mirada, por su curiosidad. Quizás esa carta no es una simple carta y sin embargo es un bumerán.

La contestación no se hizo esperar, la carta cayó sobre sus botas negras. No fue hasta entonces que notó que ya no estaba en la cama, en casa, en Gersthof. Estaba parado sobre una grama muy verde y brillante, y llevaba botas de piel hasta las rodillas. Tomó la carta, supuso que se encontraría el As de corazones o al menos era de esperarse considerando que acababa de concluir el libro que inmortalizó el nombre de Caroll.

- El As de Copas- Extrañado viró la cara de la carta y se encontró al Loco. Si, al Loco, con un gran sombrero en la mano sonreía ampliamente sin razón. -¡Qué curioso, el As de Copas!- Levantó su mirada lentamente y no pudo divisar al conejo, por el contrario, se encontró con un enorme y dorado portón victoriano que brillaba como una estrella; parecía estar cerrado pero no veía traba que uniese ambas hojas.

Se dio la vuelta y comenzó a caminar en dirección contraria, cuando un hombre vestido de hermético frac le hizo frente. Miró su rostro tan genérico, si errores, pero sin dones y sin expresión, parecía blanco como la leche y a la vez le recordaba cada uno de los rostros de las personas que de alguna manera le habían censurado su tendencia a imaginar. –Aquí no puedes regresar.

-No entiendo por qué, si ni siquiera me he marchado, ¿por qué he de regresar?.
-Tienes la marca. Has recogido la baraja.
-¿!Qué marca?! Me lanzaron esta carta. La recogí por curiosidad. Tome, tenga la carta.
- Mire su mano.

Miró su mano derecha y no encontró absolutamente nada irregular. –La izquierda, venga.- Cambió la carta de mano y encontró sobre la palma el tatuaje de un espiral que parecía no tener fin y siempre estar en movimiento.
–Lo ve, es la marca de los condenados, quien la lleve, es expulsado. Ya eres un extraño. Cruce el portón.
-Ese portón no estaba allí hace un minuto.
-Ese portón siempre ha estado allí. Pero usted nunca había estado aquí.
- ¿Pero si yo no me he movido, hace un minuto estaba en mi habitación listo para dormir y de momento me encuentro aquí en este descampado, con éste atuendo que no sé cómo llegué a tenerlo puesto. ¿Cómo llegué hasta aquí?
-No lo sé, eso sólo lo puede contestar usted, pero su persona ya no es asunto de esta tierra. Cruce ese portón, y busque allá quien le resuelva.


El hombre de hermético frac, ya no era su único impedimento. A pesar de poder observar el panorama tras de su interlocutor le era imposible alcanzarlo. Parecía que frente a él se había colocado un mural pintado con maestría, o una pared muy cristalina intraspasable, no había otra opción que darse la vuelta. El portón de a poco se fue moviendo hacía el interior, expandiendo sus brazos, dándole la bienvenida.

Mientras caminaba al interior, observó que un cuervo, volaba en pos del portón y sintió escalofríos. Recordó el cuento “El Cuervo” y otros tantos en dónde esa ave de rapiña aparece cercana o dando vueltas en el cielo circundando un mismo lugar. En los cuentos un cuervo jamás aparece sin avisar algo, dónde hay un cuervo hay una historia. y volvió a preguntarse “¿En qué se parece un cuervo a un escritorio?”

En el instante en que dio su último paso hacia el interior desapareció el portón. Se encontró solo, en lo que parecía ser el mismo interminable descampado, pero esta vez no había un hombre que lo acosara, sólo una figura, al parecer inerte, a la distancia. Le tomó un largo rato llegar cerca del objeto, al menos eso le pareció, aunque el sol no se había movido de lugar en todo ese tiempo.

Era una mesa de madera, simple y ordinaria. Le dio la vuelta y encontró que tenía una silla. Volvió a mirar el tope de la mesa y encontró una libreta, y un tintero con una larga pluma de avestruz. La pluma le pareció curiosa, los colores parecían navegar como en aguas a través de su superficie.-Es imposible escribir con semejante aparato- Puso la carta sobre el escritorio y la tomó con su mano derecha, con la que le habían enseñado a escribir. Le fue muy dificultoso sostener la postura adecuada sin ejercer una presión indebida entre el anular y el pulgar lo cree le llevó a no conseguir escribir ni una palabra sin crear manchones en el papel. La cambió de mano y trazó unos garabatos en el papel. La pluma fluía con naturalidad. Sonrió ante lo curioso del asunto y miró la carta.

- ¿Y esto?-La imagen había cambiado por completo. El Loco aparecía con el sombrero puesto, sentado en un escritorio con una pluma de avestruz en su mano dispuesto a escribir. Le chocó el cambio. Se sentó en la silla y miró el dibujo detenidamente. El rostro le parecía conocido, de hecho, le recordaba al suyo. En el dibujo, si es que eso era un dibujo,- por qué para que fuera un dibujo alguien tenía que haberlo dibujado, y la imagen estando en su mano había cambiado por completo- un cuervo parecía volar dando vueltas en círculo sobre su cabeza.- “¿En qué se parece un cuervo a un escritorio? Dónde hay un cuervo se encierra una historia y en un escritorio se plasman, se inmortalizan historias.

Sintió escalofríos, y una inmensa necesidad de reír a carcajadas, un desbordamiento de sentimientos incoherentes pero en sí, le parecían en perfecta armonía como él abanico de forman las páginas al cerrar un libro y el sonido que emiten al chocar con el aire. Tomó nuevamente la pluma, la llenó de tinta, y fue entonces cuando vio que más allá del suelo blanco y negro cuadriculado, en el dibujo, reía la Locura juntando al ajedrez con las cabezas de los invitados a su gran banquete.

El Caballo vigila al Rey en su guarida. Cuidado que la vida no te gane la partida…. Fueron sus primeras líneas.