domingo, 11 de septiembre de 2011

We shall forget 9-11 once it for all.

En nombre de 9/11 se ha hecho demasiado mal. En vez de recordarlo, mejor sería dejarlo atrás en el 2001, donde debería estar. Fue espantoso, pero no fue el único, ni último, ni el primero y probablemente tampoco el más terrible asalto terrorista de la humanidad. Aquí el asunto es que le pasó a la gran águila y le destrozaron su ego. Mantienen la herida abierta en el corazón de la gente para justificar los últimos 10 años de sangre, dolor y depresión económica. We shall forget 9-11 once it for all.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Mea Culpa, mea culpa, mea maxima culpa

    
Mientras miraba a otros  a través de mi ventana pasaron casi 12 años. Admito que no fue un tiempo de total inactividad, pero fueron  débiles los amagos  de escritura; papeles que he ocultado por mucho tiempo en algún lugar que aun no quiero recordar dónde. No es que me importe mucho el resultado de los escasos intentos de realizar trazos en un papel de líneas horizontales azules (debería volver a escribir en papel de líneas entrecortadas a ver si de una vez logro escribir en una hoja de papel no rayado sin terminar cada línea que escribo  en diagonal), o los documentos de word acumulados en distintos discos duros.

No sé que pasó. Por mucho tiempo necesité ir escaleras abajo para encontrar inspiración; el famoso “going to the dark side” que muchos hemos celebrado y maldecido en noches bohemias. Fue para mí, por mucho tiempo, el sentir nostalgia y melancolía  la energía necesaria para despuntar la inspiración. Pero ¿realmente había que ser tan infeliz para poder escribir unas cuantas líneas? Hoy, a la distancias, pienso que eran puras changuerías y justificaciones para un espíritu rebelde a todo que no me condujo a nada.

Hoy vivo entre grandes montañas de concreto, inmensa en la cacofonía de alarmas, maquinaría de construcción y bocinas; la gran manzana le llaman. No es lindo, no es limpio, no hay espacio y para respirar aire fresco hay que comprarse una maquina de oxigeno, pero hay que admitir que aquí se consigue todo, lo que imaginas, lo que sueñas y lo menos que sospechas. Caminar por las calles de esta ciudad no provoca ese pacífico placer, que tanto extraño, de las largas caminatas dominicales que comenzaban en Eckpergasse y terminaba al llevar al Wiener Staatoper, pero admito que se aprende mucho y es una fuente inagotable de recursos creativos.

En cuanto a mí, la escritura y mi idea preconcebida de lo necesario para  escribir, supongo, bueno…, no supongo, estoy segura, que el cambio comenzó con las conversaciones suscitadas bajando por esas exclusivas  calles verdes acompañadas por los trinos de los pájaros cercanos a la ciudad. Supongo que ese fue el comienzo del cambio, pero aun faltaba más.

Aquí, la Madison es mi ruta, no tan pacifica y relajante, pero si inmensamente creativa. Barnes and Nobles es una parada obligada. Fue allí, al bajar sus escaleras eléctrica que me encontré  el paraíso, un lugar dónde reconocía el significado de las palabras en las portadas de los libros.

 Fue significativamente importante volver a sentarme en el suelo para revisar los libros que me interesaban, olvidando quién se pasaba alrededor mirando las estanterías y todas las reglas del buen gusto y refinamiento necesario para que no digan que careces de educación. Hacía mucho que no lo hacía sola o acompañada, eso había quedado atrás en la época de la ilusión en la que una niña en aquel entonces (mi hermana) solía hacerlo junto a mí. Fue gracioso, estar allí en el suelo, pensándome sola en el mundo de las páginas abiertas frente a mí, cerrar mi libro y ver que otra persona hacía yacía sentada a mi lado en otro micromundo abierto. Se que hay muchos adolescentes que tienen esta práctica de sentarse en suelo de la librería a leer, pero según pasan los años las reglas de etiqueta la reniegan. Encontrar a otro que también lo hace después de los 25, no es algo común, y yo me casaría con él si lo encontrara, pero resulta que ya estoy casada.

Con mechones de cabello oscuro acariciándole la punta de la nariz,  unos chinos cortos y mocasines, no parecería ser el tipo de persona que actuaría con tanta naturalidad. Guardaba a su lado una versión carpeta dura del Grey’s Anatomy (y no el programa de televisión) mientras ojeaba las novelas de aventura. Fue imposible disimular una pequeña sonrisa. Definitivamente había sido una buena decisión casarme con ese chico. Fue ese hombre, fanático de los artículos de divulgación  y la investigación científica, demasiado guapo para lo tímido y despreocupado con respecto a su apariencia que es,  el que a cuenta gotas me ha mostrado que la melancolía no es inminente para inspiración; que si no escribí antes es porque no quise.




      Status: sumergida entre el expresionismo alemán, film noir y el detective por excelencia de Sir Arthur Conan Doyle .