miércoles, 23 de septiembre de 2015

Iltuir, permite el ver a través de ti




De a poco las antorchas se van encendiendo, rellenando los espacios caídos ante la creciente oscuridad; y como luciérnagas se desplazan de un lado a otro a través de los patios, las plazas y los pasillos de la Alhambra. El azul añil celestial  va perdiendo su fuerza con el paso de los minutos; igual que la línea de fuego que delinea el horizonte al anochecer; y no dando por perdida la batalla, permiten  divisar  figuras amorfas a  la distancia. Mientras la vida nocturna discurre entre los espacios abiertos dentro de  los muros de la ciudadela,  dándole la espalda, el follaje arropa la ladera que separa la Alhambra del Generalife. 

Dentro de la foresta, un zumbido provocado por el roce entre ramas y hojas se movía en zigzag por el declive de la pendiente. Al anochecer, el ser comenzó el descenso del desfiladero desierto que culmina  la hondonada de la Colina Roja.  En pocos minutos había recorrido la ladera boscosa,  cruzando de rama en rama cubierto por la sombra provista por  el extenso techado de la copa de los árboles; arboles de anchas y extendidas raíces, arboles ancestrales, capaces de vencer la gravedad. Moviéndose de imperceptible  peñón  a distante  hueco, esquivando las ramas que entorpecían su ruta,  se desplazaban sus brazos y piernas con una la naturalidad de quien lo ha hecho con anterioridad; siguiendo sus pasos, sin entorpecer su camino, la capa que cubría su espalda le seguía en movimientos de oleaje, hasta arribar a la zona más profunda de barranco. 

Tan pronto el último rayo de sol se apagó, dejando a la merced de las estrellas el alumbrado celeste, a través de los labios cerrados del ser el murmullo de una canción. De rodillas, con los ojos cerrados, esperaba, acariciando la tierra con su mano desnuda, como si tratase de dormirla. Iltuir, permite el ver a través de ti, comenzó a pronunciar de forma sonora, pero en secreto, para la atención exclusiva de él y la tierra, de nadie más. 

No abrió los ojos, ni alejó su mano del contacto áspero y humedo del suelo, cuando el pesado sonido de la roca al rozar con otra le comprimió la cabeza desde dentro. Su vista traspasó lo corpóreo  pudiendo observar hacia el corazón de la montaña, a ciegas. La colina no había podido resistirse al encantamiento que la invadía desde dos direcciones. No era cuestión de hechizos repetidos por cualquier brujo, era poder, era comunión con el universo. Sin embargo, la mano que acariciaba la montaña, la canción de cuna, el ser que se acercó bajando la ladera, no contaba con el poder dentro de sí, pero tenía la capaz de soportar su empuje, de canalizarlo y trasmitirlo. Desde el corazón de la montaña el poder imbuía y chocaba contra si mismo. El poder emanaba desde centro de la tierra, pero sólo una ínfima parte  le alcanzaba haciéndole partícipe de su encanto. El contacto de su mano con la tierra y la canción servían de tubo de escape, permitía la comunicación que se manifestaba a ojos cerrados y el alma abierta al mensaje. Iltuir, gracias a ti. Y, concluida la petición a la tierra, la letanía cambio de receptor: A la sazón de los tiempos, vamos cantando la canción que nunca termina. Muéstranos tu rostro, la ruta al saber último, oculto en las estepas nevadas del final de los tiempos[EB1] .  De entre las sombras una voz se levantó acercándose. 

―Ya se acerca el tiempo. La voz retumbó a través de las estrechas paredes invisibles que cubrían el encuentro; su gravedad le atravesó revolviéndolo por dentro; y más allá de él,  el eco  se perdió en la distancia. El ser levantó su mirada hacia el infinito cubierto de estrellas, siguiendo la resonancia de la voz.  Detrás de la gravedad con la que cada palabra era acentuada un regusto de debilidad se delataba sólo al oído más agudo.
― Lo sé, mi Astro. Estoy… estamos listos.
― No puedo verle, pero puedo leerlo en los pensamientos de algunas gentes en la ciudad. Su apariencia incorrupta despierta interés por algunos minutos. No se señala nada más, reapareció por las calles de Granada como hijo propio.  Esta es la última oportunidad que tenemos para sacarme de aquí.
― No se preocupe, Mi Astro. Habré de cumplir con mi parte. Usted será liberado, para dirigirnos y mostrarnos la ruta al saber ulti..
― Que ninguno sepa tu nombre. Controla con quien compartes tus pensamientos. Mantente alejado de quien no sea útil para la labor. Jamás busques en los pensamientos de los otros, se darán cuenta de tu interés y podrán descorrer la cortina. De necesitarse, lo haré yo.
― En el anonimato me he resguardado a través del tiempo, como me ha solicitado usted. He destruido a quien ha pronunciado mi nombre…, y destruiré al que lo haga por ahora. Nadie sabe mi o de usted, mi Lucero.
― Hasta el momento, mi existencia transita en meras leyendas deformadas y echadas al olvido. Así deseo permanecer hasta que se abra una salida  de este espacio sin tiempo.
― Así será, nuestras acciones permanecerán al margen del diario vivir.
― Eso espero. Una vez lo tengas contigo, habrás de traerlo y ofrecerlo en sacrificio. No hagas nada que yo no te indique, aun cuando te parezca lógico. Seré yo quien hable a través de ti y miraré cuanto ocurra a través de tus ojos. Cumple con tu parte. Acerca ambas manos, mi emisario.
 
El ser posó sus manos sobre la tierra, su cabeza, al nivel de sus caderas, cada vez estaba más cerca del suelo. Sin perder su postura levantó su rostro observando la impresionante cúpula  decorada con brillantes signos del zodiaco y otros, ininteligibles, provenientes de ajenos lugares y eras. Algunos símbolos se movían a grandes velocidades en rutas imposibles de seguir, cruzando grandes espacios vacíos, nubladas nébulas, por caminos abiertos entre  los demás;  otros le parecían estar detenidos en una posición distinta a la primera vez que la vio; y algunos brillaban en la tranquilidad de sus posiciones como puntos cardinales en universo iluminado bajo aquella colina. No se cansaba de mirar la cúpula alumbrada de diversos colores capaces de moverse, de entremezclarse, de dispersarse hacia cualquier dirección, tomando formas variadas y seguir siempre iluminada. ¿Un universo bajo la tierra? Algún día entenderé. La puerta se abrirá y recibiré la luz del conocimiento, y yo, también, podré hacer girar el universo con el movimiento de mis manos, pensó para si mismo.    Sus manos eran incapaces de proseguir la ruta al interior del observatorio, el suelo le impedía su curso, sin embargo, no sentía la roca presionada contra su piel, la roca no existía. 

A paso lento y quebrado una sombra andrógina se acercó a él y tomó sus manos hechas hueso y piel reseca. No pierdas el contacto. El ser apretó más sus ojos evitando la curiosidad de ver si lo que en su mente se reflejaba también se mostraba en su exterior, y dejó caer el peso de su cuerpo sobre las palmas de sus manos, enterrándose las piedrecillas abajo sus palmas, sin sentirlas. El contacto con el otro ser le provocó un frío sobrecogedor, siguiéndole una corriente que hilvanó una ruta a través de su cuerpo, entrando por  la punta de sus dedos hasta hacer nido en su cabeza. Gritaba tan duro como su cuerpo lo permitía, sus incisivos emergieron de golpe rompiendo su encía y desgarrando el interior su labio superior y a pesar de la fuerza desgarradora de su dolor de sus labios no emergió sonido alguno. Se derrumbó, temblando. Por su garganta bajó el sabor a sangre; le ardían las manos.  Abrió sus ojos asustado, pensando haber perdido la fuente del contacto. Pero la voz, como voz suya propia, aún se difundía colándose entre los más íntimos pensamientos: Haz como hemos acordado, y algún día podrás entender el universo, hacer girar el mundo con tus manos. El ser se encogió de hombros al saber que el otro era tan poderoso que era capaz de leer sus pensamientos más recónditos. Frente a él, nada, piedra y enredaderas. Trae lo a mí. Encuéntralo entre todos. Esto tendrás que hacer sin mi ayuda.

 [EB1]Aun no sé si debería ser esta la frase

domingo, 6 de septiembre de 2015