De a poco las antorchas se van
encendiendo, rellenando los espacios caídos ante la creciente oscuridad; y como
luciérnagas se desplazan de un lado a otro a través de los patios, las plazas y
los pasillos de la Alhambra. El azul añil celestial va perdiendo su fuerza con el paso de los
minutos; igual que la línea de fuego que delinea el horizonte al anochecer; y
no dando por perdida la batalla, permiten divisar
figuras amorfas a la distancia. Mientras
la vida nocturna discurre entre los espacios abiertos dentro de los muros de la ciudadela, dándole la espalda, el follaje arropa la
ladera que separa la Alhambra del Generalife.
Dentro de la foresta, un zumbido
provocado por el roce entre ramas y hojas se movía en zigzag por el declive de
la pendiente. Al anochecer, el ser comenzó el descenso del desfiladero desierto
que culmina la hondonada de la Colina
Roja. En pocos minutos había recorrido
la ladera boscosa, cruzando de rama en
rama cubierto por la sombra provista por el extenso techado de la copa de los árboles;
arboles de anchas y extendidas raíces, arboles ancestrales, capaces de vencer
la gravedad. Moviéndose de imperceptible peñón a
distante hueco, esquivando las ramas que
entorpecían su ruta, se desplazaban sus
brazos y piernas con una la naturalidad de quien lo ha hecho con anterioridad;
siguiendo sus pasos, sin entorpecer su camino, la capa que cubría su espalda le
seguía en movimientos de oleaje, hasta arribar a la zona más profunda de
barranco.
Tan pronto el último rayo de sol se
apagó, dejando a la merced de las estrellas el alumbrado celeste, a través de
los labios cerrados del ser el murmullo de una canción. De rodillas, con los
ojos cerrados, esperaba, acariciando la tierra con su mano desnuda, como si
tratase de dormirla. Iltuir, permite el
ver a través de ti, comenzó a pronunciar de forma sonora, pero en secreto,
para la atención exclusiva de él y la tierra, de nadie más.
No abrió los ojos, ni alejó su mano
del contacto áspero y humedo del suelo, cuando el pesado sonido de la roca al
rozar con otra le comprimió la cabeza desde dentro. Su vista traspasó lo corpóreo
pudiendo observar hacia el corazón de la
montaña, a ciegas. La colina no había podido resistirse al encantamiento que la
invadía desde dos direcciones. No era cuestión de hechizos repetidos por
cualquier brujo, era poder, era comunión con el universo. Sin embargo, la mano que
acariciaba la montaña, la canción de cuna, el ser que se acercó bajando la
ladera, no contaba con el poder dentro de sí, pero tenía la capaz de soportar
su empuje, de canalizarlo y trasmitirlo. Desde el corazón de la montaña el
poder imbuía y chocaba contra si mismo. El poder emanaba desde centro de la
tierra, pero sólo una ínfima parte le
alcanzaba haciéndole partícipe de su encanto. El contacto de su mano con la
tierra y la canción servían de tubo de escape, permitía la comunicación que se
manifestaba a ojos cerrados y el alma abierta al mensaje. Iltuir, gracias a ti. Y, concluida la petición a la tierra, la
letanía cambio de receptor: A la sazón de
los tiempos, vamos cantando la canción que nunca termina. Muéstranos tu rostro,
la ruta al saber último, oculto en las estepas nevadas del final de los tiempos[EB1] . De entre las sombras una
voz se levantó acercándose.
―Ya se
acerca el tiempo. La
voz retumbó a través de las estrechas paredes invisibles que cubrían el
encuentro; su gravedad le atravesó revolviéndolo por dentro; y más allá de
él, el eco se perdió en la distancia. El ser levantó su
mirada hacia el infinito cubierto de estrellas, siguiendo la resonancia de la
voz. Detrás de la gravedad con la que
cada palabra era acentuada un regusto de debilidad se delataba sólo al oído más
agudo.
― Lo sé, mi
Astro. Estoy… estamos listos.
― No puedo
verle, pero puedo leerlo en los pensamientos de algunas gentes en la ciudad. Su
apariencia incorrupta despierta interés por algunos minutos. No se señala nada
más, reapareció por las calles de Granada como hijo propio. Esta es la última oportunidad que tenemos para
sacarme de aquí.
― No se
preocupe, Mi Astro. Habré de cumplir con mi parte. Usted será liberado, para dirigirnos
y mostrarnos la ruta al saber ulti..
― Que
ninguno sepa tu nombre. Controla con quien compartes tus pensamientos. Mantente
alejado de quien no sea útil para la labor. Jamás busques en los pensamientos
de los otros, se darán cuenta de tu interés y podrán descorrer la cortina. De
necesitarse, lo haré yo.
― En el
anonimato me he resguardado a través del tiempo, como me ha solicitado usted. He
destruido a quien ha pronunciado mi nombre…, y destruiré al que lo haga por
ahora. Nadie sabe mi o de usted, mi Lucero.
― Hasta el
momento, mi existencia transita en meras leyendas deformadas y echadas al
olvido. Así deseo permanecer hasta que se abra una salida de este espacio sin tiempo.
― Así será,
nuestras acciones permanecerán al margen del diario vivir.
― Eso
espero. Una vez lo tengas contigo, habrás de traerlo y ofrecerlo en sacrificio.
No hagas nada que yo no te indique, aun cuando te parezca lógico. Seré yo quien
hable a través de ti y miraré cuanto ocurra a través de tus ojos. Cumple con tu
parte. Acerca ambas manos, mi emisario.
El ser posó sus manos sobre la tierra,
su cabeza, al nivel de sus caderas, cada vez estaba más cerca del suelo. Sin
perder su postura levantó su rostro observando la impresionante cúpula decorada con brillantes signos del zodiaco y
otros, ininteligibles, provenientes de ajenos lugares y eras. Algunos símbolos se
movían a grandes velocidades en rutas imposibles de seguir, cruzando grandes
espacios vacíos, nubladas nébulas, por caminos abiertos entre los demás;
otros le parecían estar detenidos en una posición distinta a la primera
vez que la vio; y algunos brillaban en la tranquilidad de sus posiciones como puntos
cardinales en universo iluminado bajo aquella colina. No se cansaba de mirar la
cúpula alumbrada de diversos colores capaces de moverse, de entremezclarse, de
dispersarse hacia cualquier dirección, tomando formas variadas y seguir siempre
iluminada. ¿Un universo bajo la tierra?
Algún día entenderé. La puerta se abrirá
y recibiré la luz del conocimiento, y yo, también, podré hacer girar el universo
con el movimiento de mis manos, pensó para si mismo. Sus
manos eran incapaces de proseguir la ruta al interior del observatorio, el
suelo le impedía su curso, sin embargo, no sentía la roca presionada contra su
piel, la roca no existía.
A paso lento y quebrado una sombra
andrógina se acercó a él y tomó sus manos hechas hueso y piel reseca. No pierdas el contacto. El ser apretó
más sus ojos evitando la curiosidad de ver si lo que en su mente se reflejaba
también se mostraba en su exterior, y dejó caer el peso de su cuerpo sobre las
palmas de sus manos, enterrándose las piedrecillas abajo sus palmas, sin
sentirlas. El contacto con el otro ser le provocó un frío sobrecogedor,
siguiéndole una corriente que hilvanó una ruta a través de su cuerpo, entrando
por la punta de sus dedos hasta hacer
nido en su cabeza. Gritaba tan duro como su cuerpo lo permitía, sus incisivos
emergieron de golpe rompiendo su encía y desgarrando el interior su labio
superior y a pesar de la fuerza desgarradora de su dolor de sus labios no
emergió sonido alguno. Se derrumbó, temblando. Por su garganta bajó el sabor a
sangre; le ardían las manos. Abrió sus
ojos asustado, pensando haber perdido la fuente del contacto. Pero la voz, como
voz suya propia, aún se difundía colándose entre los más íntimos pensamientos: Haz como hemos acordado, y algún día podrás
entender el universo, hacer girar el mundo con tus manos. El ser se encogió
de hombros al saber que el otro era tan poderoso que era capaz de leer sus
pensamientos más recónditos. Frente a él, nada, piedra y enredaderas. Trae lo a mí. Encuéntralo entre todos. Esto
tendrás que hacer sin mi ayuda.
[EB1]Aun no sé si debería ser esta la
frase