miércoles, 24 de febrero de 2016

Para tu consideración.


Isabel había aceptado su visita. Siguiendo a Carmen, Laurenz caminó por el pasillo dejando atrás estancias que conocía bien, pero que lucían muy cambiadas. El carmen había sido atemperado a los tiempos siguiendo los patrones decorativos en boga, la regencia británica. Solo pudo asomar su mirada al salón en que en varias ocasiones participó de tertulias y convites ofrecidos por el padre de Isabel ―cuando todavía vivían en Granada pero, sobre todo, Francia no había ocupado la ciudad― a través de la puerta abierta. A pesar de la decoración soberbia y elegante de los espacios de atravesaba, algo en la atmósfera le sugería decadencia y tristeza.
Carmen le acompañó hasta la puerta del gabinete. Antes de permitirle entrar, la criada abrió la puerta y entró dejándole fuera. Le pareció escuchar: ¿Esta lista, señora? ¿Está segura de que desea recibir visitas?  Laurenz ladeó su cabeza e intentó hacer odio. Algo andaba mal, «¿Qué será?» La puerta se abrió poco después, y la claridad que se asomaba por los ventanales de la habitación le alcanzó, incluso en el pasillo.
Sin reparar demasiado en los detalles, intentó hacer una inspección general del lugar en que se encontraba. El gabinete de la señora contenía todo tipo de cosas. Varias canastas con retazos de telas e hilos aguardaban junto a distintos muebles, una otomana tapizada en color vainilla de patas de tijera torneadas, un sofá estilo griego, a juego, y el diván en el que ella esperaba sentada de frente, pero un poco reclinada, como si se sostuviera del espaldar-brazo.  Detrás de ella, dos burós con librería en caoba, las líneas de libros estaban sostenidas en pie por objetos curiosos, probablemente traídos de los viajes de su padre; entre los muebles había un piano de pared. Junto al buró de la izquierda, cerca del ventanal, un catalejo, montado en un pequeño trípode de bronce, y un objeto circular, que sugería ser un astrolabio, decoraban un amplio escritorio; varias pilas de papeles se amontonaban en él. Sobre una mesa redonda, que tenía ambas alas levantadas, había un florero que expedía el aroma a flores frescas, sacadas del jardín esa mañana, pero entremezclado con ese aroma había algo más. No estaba seguro si era un aroma u otra cosa, pero había algo extraño en la residencia.  Recostado de la mesa había otro objeto que no pudo distinguir.
Isabel no se levantó para recibirle, pero con una sonrisa en los labios señaló el asiento frente a ella. Su brazo se veía delicado bajo la manga de algodón blanco con finas listas azules, que terminaban sobre sus codos, pero del que tres anchos encajes, colocados de menor a mayor, alcanzaban el medio antebrazo. Laurenz se aproximó y tomó asiento frente a ella. La saludó cordialmente. Recordó con anécdotas aquellos tiempos desde que ella era una niña que iba a misa con su madre, hasta cuando, ya siendo joven, se convirtió en una prodigio de la moda y la costura local.  Sonreía según recordaba las anécdotas junto a Laurenz, pero sus escuetas contestaciones no iban acorde con la nostálgica alegría que su mirada transmitía.  Los temas volvieron a acabarse y un silencio incomodo ocupó la estancia. Laurenz posó su mano sobre el alto brazo de la silla, que terminaba en una amplia voluta enrolada, se sujetó de ella acomodarse más erguido.
―No creo que hayas llegado hasta aquí para recordar viejas memorias, ―dijo Ana Isabel obligando a Laurenz a traer el tema que le había traído hasta allí, pero que eludía tocar―.
Laurenz tomó aire y dijo: ―Supongo que sabes el tema que me trae hasta aquí, ―la Señora no contestó, esperando que persiguiera con su exposición―. Isabel, estoy aquí por un tema que siempre nos ha unido de un modo u otro… Me consta lo que sucedió hace algunas noches atrás cuando aún no había llegado yo aquí. Filippo me lo contó todo ayer. Está preocupado. Me gustaría relatarte lo que sucedió luego de que te marcharás. Explicar algunas cosas.
―Yo no necesito explicaciones. Ya está bien de justificaciones para todo.
― ¿Tu regresaste a buscar a Filippo?
― Si, si lo hice, pero, como te digo, eso ya no importa.
― Esta bien. Quizás para ti no, pero, para mí sí importa. Probablemente a él, también.
― ¿Probablemente? ¿Él no sabe que estás aquí?
― No, no lo sabe.
― Sr. van Neuenwald, por favor, deja de resolverle sus asuntos. No es un niño. Déjale tratar sus responsabilidades como mejor entienda.
― Ese es el asunto. Él no ha tenido la libertad de tratar sus asuntos. Nada, hasta el momento, está a su alcance.
Otra vez lo mismo. Siempre había una excusa para los actos de Filippo. «Siempre sus actos están justificados, pero y, ¿yo qué? ¿Qué de mí? ¿Qué de lo que siento cuando sucede lo que sucede, aunque esté justificado?» Ana Isabel consideró la posibilidad de rechazar las explicaciones que Laurenz le ofrecería. «Si quiero protegerme a mí, no debo atender a razones.  Si lo escucho… si lo escucho terminaré justificándolo yo también, y permitiendo que vuelva a hacer lo mismo. No tengo ganas de que me duela más. … Pero, por otro  lado…»
Mientras tanto Laurenz esperaba manteniendo sus manos ocupadas dándole la vuelta al ala de su sombrero. Observaba a Ana Isabel, algo en ella denotaba fragilidad. Quizás era la forma en que, ladeada sobre el diván ― de tapizado de líneas verdes y vainilla en marcadas en dorado, y cojín cilíndrico―, deshacía lentamente el tejido ya hilvanado, o la línea suave de madera del espaldar del diván ― que descendía hasta pasado la mitad del mueble, terminando en una voluta torneada, esas formas puramente femeninas, unido a los encajes del vestido y bucles de los risos de Ana Isabel aportaran a esa imagen en exceso delicada.
―Está bien, ―dijo con ojos turbios― dime qué sucedió. Sé que me voy a arrepentir de escuchar sus razones. No merece la pena escucharlo, pero igual deseo saberlo. Necesito dar un motivo, que no sea vil desprecio, a lo sucedido.
― ¿Cómo empezar…? ¿Qué sucedió cuando regresaste?
― Cuando me fui dejé la puerta abierta. Estaba segura de que no tardaría y consideraba que Filippo no estaría en disposición de levantarse. Estaba muy afectado. Cuando regresé, llegué cargando las hojas para preparar una infusión, una joya que siempre he conservado que él me regaló y un vestido que había hecho, en aquel entonces, para vestir ese regalo. Quería distraerle la mente. Entré, todo estaba en silencio. Le llamé varias veces y él no contestó. fui al despacho, estaba hecho un lio, pero estaba así cuando originalmente llegué. Me senté, tomé aire pensando que podía haber sucedido.
Una vez, hace mucho, se enfrentaron a mí los seres de los que tú y yo sabemos, y me dijeron que, si no decía nada, que, si Filippo no llegaba a saber la verdad, nada nos sucedería. Era imposible que alguien supiera algo. Lo había descubierto hacia algunos minutos. Era improbable que supieran que ya él estaba enterado. Pensé que pudiera haber cometido la imprudencia de salir, y que con todo lo sucedido hubiese olvidado cerrar la puerta. Como él estaba vuelto loco... Le esperé, le esperé un tiempo razonable. Un poco indignada subí a su alcoba y dejé el vestido.  Me marché. Al otro día, regresé, me encontré a la criada que me dijo que él había dejado una nota de que estaría fuera por algunos días. Yo no podía creerlo. Me acababa de pedir disculpas. ¿Cómo era posible que volviera a hacerme lo mismo? Eso es todo, ―Laurenz la vio respirar profundo con la mano en el pecho, se le veía cansada―. Me debato todo el tiempo entre la posibilidad de que le hubiese sucedido algo, o que simplemente quiso huir de todo, pero en su escape, volvió a dejarme atrás.  
― El asunto es más complicado que eso. Cuando Filippo se me escapó en Londres tuve que dar aviso de su huida. No sabía a dónde podía haber llegado, pero la posibilidad de que regresara a Granada era considerable. Siempre había tenido sueños que le dirigían, le daban pistas de su situación, pero yo había conseguido ofrecerle explicaciones que lo hacían conformarse. Desde hace un tiempo, Filippo… Yo… Yo estaba perdiendo mi influencia sobre él, y los sueños comenzaron a hacerse más insistentes. Con los sueños, te volviste un tema recurrente. Comenzó por hacer conjeturas sobre el posible el significado de los sueños.  Comenzó a cuestionarse las razones por las que había abandonado a Granada y, por lo tanto, no haber insistido más con tu padre. Supuse que había venido hacia acá porque, después de tanto tiempo, comenzaste a aparecer en ellos.  No me equivoque en mi suposición, y tampoco en la necesidad de dar aviso con urgencia. Si regresaba a Granada se enfrentaría a un peligro que había permanecido latente mediante acuerdos, acuerdos que, de por sí, ya habían sido lacerados.
Su regreso no fue discreto. Pero es que es imposible ser discreto cuando tu rostro, ya conocido, permanece joven después de décadas. Quienes le buscan pueden detectar elementos de nuestros pensamientos. Así de poderosos son, nunca subestimes su poder. Bueno, tú lo sabes. Ya yo estaba al tanto de tu encuentro con estos seres por medio de Andreas, el ser que te salvo, pero Filippo me contó tu versión acerca de lo sucedido. En resumidas cuentas, lo encontraron. Gracias a que di aviso a tiempo, Andreas pudo llegar justo cuando pensaban apresarlo. Nos lo llevamos. Lo tenemos escondido. De allí no puede salir. Ni siquiera puede mandarte una nota. Nadie debe saber su paradero. Esta consiente de que es mejor cooperar. Se ha atenido a las reglas que se le han impuesto por su protección, pero desde su punto de vista, también de la tuya. Le preocupa que dirigirlos a ti si te buscasen. Y es cierto, si te relacionaran con él intentarían dar con Filippo a través de ti.
― ¿Cree usted eso? Después de tanto, ¿para qué protegerme a mí? Ya no soy una niña, Sr. van Neuenwald. Desde hace mucho, yo no compongo nada en su vida, ―miró hacia la ventana. Sus ojos se entrecerraron y se lagrimaron un poco. A lo lejos una escultura de una mujer vestida a lo griego cuidaba del patio, en el que había columnas jónicas y algunas piezas arqueológicas, pensó en la belleza de la luz de la tarde reflejada en ellas, intentando recuperar la entereza―. Yo entiendo todo lo que se ha dicho. Por los sucesos, no me ha quedado de otra que entender y aceptar. Pero, ¿sabe usted? Filippo decía sentir unas cosas. El jamás ha actuado con sentido de responsabilidad por lo que prometió, ni con respecto a los sentimientos que sembró en mi a través de sus promesas. El jamás verlo realmente intentar, buscar la manera de no lastimarme, eso es lo que me duele, lo que no puede ser justificado. Todo giraba alrededor de lo que el necesitaba… o lo que él necesita. Yo cometí la ligereza de revivir sentimientos de juventud, ahora en mi edad adulta. … ―Isabel se enjugó sus labios resecos. ― Me he ganado mi lugar.  He sido demasiado hija, demasiado hermana, demasiado esposa y madre abnegada ― empujando los dedos de la mano con la otra, contaba con dureza cada una de las cosas que había sido en esta vida, para beneficio de otros. Según enumeraba los papeles que había jugado, por primera vez en la conversación, su voz tomaba fuerza―. He sido demasiado viuda, demasiado patriota, demasiado mujer que busca abrirse espacio en la vida sola, he trabajado, he soportado y me enfrentado a muchas situaciones en esta vida como para no haberme permitido «ahora que falta poco» vivir un poco de ilusión, ¿no? Eso yo creí. Y perdona que te traiga este tema tan afeminado, pero usted fue el que quiso venir aquí a abogar por la imagen de Filippo.
Laurenz bajó la mirada evaluando lo que Ana Isabel había dicho. Sí, había venido a interceder por la imagen de Filippo. Sí, Filippo no sabía que él estaba allí. De hecho, nadie sabía que iría a encontrarse con Ana Isabel. Se estaba tomando un riesgo no razonable, pero sentía que se lo debía a Filippo, por lo hecho, lo deshecho y lo no realizado durante todos esos años. Pero, jamás se había planteado más allá del cómo le afectaría a Filippo cada uno de sus actos; nunca pensó en cómo la afectaba a ella. Se sintió culpable de muchas cosas.
―Hay muchas cosas que desconoce, de las que Filippo tampoco tiene la culpa y en el que ambos fueron manejados para alejarlos uno del otro y sacarlo de Granada. Por dónde empezar… Como sabes, Filippo, vive entre nosotros, pero no es como nosotros. Nadie en este mundo, nadie, ni en el entorno humano, ni en lo que conocemos como mundo sobrenatural o fantasía, que es tan real como tú y yo, es como él. En cualquier circunstancia natural él jamás habría existido. Su padre, es venido aquí por puentes que comunican a este mundo con otros y su madre era humana. De alguna forma, su padre logró transformarse en humano en apariencia y así nació Filippo.
 No se supone que le dejaran vivir, pero, quien vendría a ser su abuelo consiguió convencer a otros a mantenerlo con vida bajo ciertas restricciones. Una de ellas que viviese como humano, y que jamás supiera del mundo sobrenatural. La otra, que no se podía reproducir.
Según pasó el tiempo Filippo comenzó a desarrollarse a su paso. Hubo que someterlo a varios procedimientos paracientíficos para borrar su memoria y mantenerlo, digamos, maleable. Ya vez que la apariencia de Filippo ha madurado muy poco desde aquel entonces, pues bien, a los efectos él sigue siendo un hombre joven, porque en él el paso del tiempo parece regirse por otras reglas. Había que borrarle la memoria y mudarlo de lugar según pasaban los años para que él fuera viviendo según el tiempo humano. Tu conociste a Filippo bajo mi tutela, pero no he sido el primero. Muchas personas se han encargado de Filippo por momentos, haciéndolo pasar por su familia.
Los procedimientos a los que Filippo ha sido sometido, además de borrar la memoria, permiten manipular sus pensamientos. Es como una hipnosis eterna. Construyendo oraciones de cierta forma estas ideas se impregnan el pensamiento de Filippo. Pero, lo que nos daba la posibilidad de controlarlo, también, era un procedimiento muy peligroso. El procedimiento requiere tal fuerzo que acorta la vida y la energía de quien ejerce el proceso y afecta el cerebro de quien es sometido a el. Ya no podíamos realizarlo más y tuvimos que improvisar. Lo primero que descubrimos es que con el paso del tiempo ese efecto hipnótico va menguando. Que exponerlo a verdades “olvidadas”. si las acepta como realidad, pueden arrancar el efecto hipnótico de raíz; eso fue lo que viste cuando lo encontraste, por eso estaba tan afectado. Adquirió demasiada información de momento y eso desató una avalancha. 
― Ahora, la que está recibiendo demasiada información a la vez soy yo. ―dijo Ana Isabel murmurando. ―  Señor  van Neuenwald… Sr. van Neuenwald… Lo que me dice es…, ¡bah!, … es increíble… No siga intentando que le coja lástima, porque no lo haré. A todo esto, ¿yo que pinto en esta historia?
― Yo hice uso del Lete Memnopsina para alejarlo de ti. Que le quede claro, que en aquel momento no había forma de que él no fuese manipulado por mi intervención, los efectos eran demasiado recientes y estaban bien arraigados. Como te dije, él, por razones muy razonables, tiene prohibido su reproducción. Él no es algo, alguien, natural. Él es otro ente, producto de la manipulación de la naturaleza, más allá de lo que este universo debe tener. Tiene muchos elementos humanos, también de los kromathorien, pero no es ninguno. El contacto de un kromathorien con un humano, mediante su mordida, produce lo que conocemos como vampiros. Vampiros, chupa sangre, con fuerza sobrehumana, que no pueden recibir la luz del día, un poco como lo pinta el folclor, pero no del todo. Imagínate lo que podría surgir de la unión de Filippo con… con… una mujer, contigo… No puede ser. No puede permitirse. Eso te tiene que quedar claro. Yo solo pretendí evitar un desastre.
Pero si mereces saber algunas cosas del lado humano de Filippo. Son cosas que también son suyas y alguien se las tiene que decir. Su padre entendía que lo mejor para sus hijos era fortalecer el negocio, y para ello había concertado un matrimonio conveniente para usted. Yo no impedí que Filippo fuese a pedir su mano, pero ayudé a impedir que lo lograse. Su padre y yo discutimos el tema antes de que él le hiciera un acercamiento. Ambos entendíamos, por diversas razones, que ese matrimonio no era conveniente, y acordamos una denegatoria rotunda que acabara con las intenciones de Filippo. Ana Isabel, su padre cumplió su parte del acuerdo. Cuando Filippo fue a pedir su mano, se negó, pero de una manera soberbia, a dar la dispensa. Ya yo sabía qué diría y, aun así, hasta a mí me dolieron las cosas que dijo y cómo las dijo. Hizo que Filippo le prometiera que no se diría nada. Le responsabilizó de sus posibles sentimientos rotos y del sufrimiento que le causaría a usted si le decía algo. Que evitara que usted cometiera cualquier tontería en nombre del amor; que usted era muy joven y no mediría las consecuencias. Yo sabía que a pesar de todo lo que tuvo que soportar ese día Filippo no se quedaría de brazos cruzados. Yo, aprovechando los sueños, comencé a hablarle de la necesidad del viaje. Su cerebro rápido capto la información, pero aún estaba el asunto de sus sentimientos hacia usted. Hasta se le ocurrió proponer que usted se escapara con nosotros. Fue entonces cuando entendí que el viaje debía hacerse de inmediato, e hice uso de todos los recursos en mi poder para llevar sus pensamientos a los inconvenientes de llevarla junto a nosotros.  Le hice entender que por la edad de ustedes jamás podrían contraer matrimonio sin la autorización de su padre. Le planteé el cómo se dañaría su imagen y la de su familia si se escapaba, sin casarse, con nosotros; eso sin contar que nos buscarían por todos lados. Use todos mis argumentos, muy bien organizados, para que se convenciera de que las decisiones basadas en esos argumentos provenían de su propio pensamiento. A pesar de haberlo logrado, por mucho tiempo, Filippo te escribió cartas a las cuales nunca recibió respuesta.
― Si, él me las entregó el otro día. Decía que las escribía y luego desistía de enviarlas por no recibir respuesta.
― De esas no sabía. No, Isabel. Otras, por bastante tiempo las envió y no recibió respuesta. A veces pensaba que su padre las interceptaba, en otras ocasiones se frustraba pensado que usted no lo las respondías porque le odiaba por haberle dejado sin avisar. Recuerdo que cuando eso pasaba me decía: Es lo mejor, ¿Verdad? Cuestionándose cuán acertada fue la decisión de marcharse sin usted. Yo siempre le respondí: Era lo necesario. La verdad, y él no lo sabe, yo nunca dejaba que la carta saliera. Yo era quien la interceptaba. Ahora, si me encargué de que supiera que se había casado poco después de que nos marcháramos.  No sé cómo lo recuerde, pero ¿se acuerda que milagrosamente ustedes fueron ayudados a salir de Granada justo antes de que los franceses la ocuparan?, ―La mirada sorprendida de Ana Isabel claramente preguntaba: ¿Cómo sabes eso? De ello no se había hablado en años. Tenía el recuerdo muy claro. Dio gracias a Dios y a la Virgen muchas veces por haberles enviado semejante ángel salido de la nada―.  Como supondrá entre los círculos altos se corren los rumores. Filippo al escuchar el rumor de los futuros movimientos franceses me presionó a enviarle ayuda. La presión fue tal que decidí hacerlo, con la condición de que fuera anónima, para evitarle problemas con su marido. Al regresar a la ciudad, el encargado le habló de que tenía un hijo llamado Ricardo.
Las lágrimas se deslizaban incontenibles sobre las mejillas palidecidas de Ana Isabel. Que la vieran llorar le incomodaba, le preocupaba que esa muestra de emociones pudiese confundir a los demás llevándoles a pensar que ella era débil de carácter. Pero la información que acababa de recibir, especialmente su salida de Granada antes de incursión francesa, le conmovió. Yo no sé qué pensar, ― se limitó a decir en voz baja, mientras limpiaba con su pañuelo las últimas lágrimas que permitió mostrar―.
― Por todo lo dicho, le debía a Filippo… me debía a mí mismo, venir hasta acá. Nunca me sentí incomodo por las decisiones que tomé, en su momento, las entendí justas y adecuadas. Pero ahora, con todo lo que ha pasado, con la carga que ha representado para Filippo, hay muchas cosas que parecen no tener tanto sentido cómo lo tenían antes. Si, veo su necesidad, veo el por qué fueron tomadas, pero su fin último… el desenlace que tuvo… Bueno, lo hecho ya está hecho. Ya que sabe a grandes rasgos la verdad, quisiera poner, si me lo permite, guardianes aquí que cuiden de su seguridad. No podemos descartar el hecho de que corre peligro.
Ana Isabel rio en sarcasmo. «¿…que cuiden de mí?» Ciertamente Laurenz esperaba un sí por respuesta. ―No se preocupen. No necesito guardianes que me protejan, ― al decir esto Laurenz intentó protestar, pero ella continuó―.  Desde que lo que sucedió aquella noche en el jardín, no he tenido ningún enfrentamiento con el mundo sobrenatural. Ninguno. Desde entonces todas las cosas que me han hecho sentir amenazada han provenido del mundo que me rodea. Al poco tiempo de que se marcharan mi padre decidió casarme con un hombre que me doblaba la edad, inmediatamente tuve un hijo y comencé a comportarme como una adulto madre y esposa mientras mis amigas todavía revoloteaban sonando con amores de novela. Tuvimos que cerrar todo aquí y salir a Cádiz, prácticamente dejarlo todo. Mi esposo murió cuando unos bandoleros pretendieron asaltar la caravana de arrieros en la que trasportaban muebles a Madrid, o eso dicen. Apenas siendo una muchacha ya era una viuda con un hijo. Regresé a la falda de mi padre, y junto a él permanecí hasta que murió. Yo no me quería quedar cruzada de brazos mientras veía nuestras tropas carecer hasta de vestimenta. Me uní a la Sociedad de Señoras de Fernando VII de la marquesa de Villafranca; ayudaba cosiendo los uniformes.  Convencí a mi padre de que era nuestro deber patriótico el buscar cómo ayudar a nuestros soldados. Aportamos dinero para preparación de los mismos. Que mi padre cooperara fue casi un milagro, pues nuestros recursos estaban menguados debido a que el tráfico de mercancías estaba limitado, por un lado, los franceses y las revueltas y por el otro los bandoleros. Fue un tiempo muy difícil, pero a la vez, el sentir que disponía mis talentos al servicio de la patria me daba fortaleza. Luego de todo regrese a Granada con mi padre y mi hijo. Quise involucrarme en el negocio familiar, pero ante la negatoria de mi padre, mi hermano decidió acatar instrucciones. Básicamente me dediqué a sus cuidados en cuerpo y alma, hasta que Ricardo quiso irse con mi hermano para aprender el negocio familiar. Solo quedamos mi padre y yo, pero al poco tiempo el murió. Finalmente, quede sola. Muchas veces intentaron casarme, pero, ¿para qué? Gracias a la Virgen, soy una mujer de posición, tengo una familia que me apoya, no necesitaba, ni necesito, estar a expensas de otro que no sabía si me respetaría o no. Alguna que otra vez ayudé a mi hermano en los negocios de la familia, pero Ricardo, igual que mi padre, entendía que ese no era mi espacio y que no padecería de ninguna necesidad económica que justificara mi participación. Me dediqué a coser; hice atuendos para algunas obras y óperas, pero básicamente me sumergí en el desempeño de obras caridad. Yo no he necesitado a nadie. He podido valerme por mi misma hasta el día de hoy. No necesito que nadie venga a protegerme de un peligro hipotético. Muchas gracias, de todos modos.
Según avanzaba en su discurso le era más difícil disimular la fatiga. Le faltaba el aire. El corset le comprimía el pecho; lo buscó palpando con la mano; no lo llevaba puesto. Necesitaba concluir esa visita. No quería que él la viese con el torso encorvado hacia el frente. Se negaba a demostrar debilidad, Filippo no debía saber, realmente, nadie debía saberlo.  Aunque pareciera grosero, luego de terminado de plantear su punto, Ana Isabel hizo un gesto de despedida.
Laurenz, captó el mensaje. Poniendo las manos sobre las rodillas, se puso en pie. Desde esa posición pudo ver cuál era realmente la postura de la mujer.  Si, estaba recostada del diván, pero con el tronco levemente inclinado hacia el frente. Miró tras ella.  Recostado del borde de la mesa se asomaba una vara de madera de topé curvo en metal, de punta dorada. El objeto que anteriormente no había podido identificar era un bastón femenino.
― ¿Se siente bien?, ―dijo Laurenz mostrando preocupación y también curiosidad―. Se le ve un poco pálida. ¿Le gustaría que le revisase? Sería un placer poder ayudarle.
― No, no gracias. Me encuentro bien. Es solo que no he podido descansar bien durante los pasados días, ya sabe usted. Además, la noticia que has traído ha sido pesada. Solo necesito descansar.
El “no” había sido con tal firmeza que no daba espacio para preguntas posteriores. No hablaría del tema, ni se dejaría hacer un examen médico. La atmósfera se había tornado lóbrega. Ya no era bienvenido, claramente la mujer deseaba que se marchase. Ana Isabel tocó una campanilla. «No me parece que el carácter de esta mujer sea de tratar a los criados con distancia.» Algo le sucedía a aquella mujer, pero definitivamente no quería su intervención, tampoco que se notase. Intentando disimular su curiosidad, se despidió de ella. Laurenz esperó, a ver si ella se levantaba a despedirlo. Pero, la mujer apenas levantó su brazo para despedirse. Ya que ella no soltaba prenda, al menos podría hacer deducciones por observación. La puerta se abrió y Carmen entró al gabinete. Hubo una conversación en las miradas de las mujeres e inmediatamente Carmen invitó a Laurenz a que le siguiera hacia la puerta.
Al salir dejó atrás el peso de la culpa de haber conspirado en contra de las intenciones de Filippo. Tenía claro que debía ser así, que había hecho bien durante todo ese tiempo, pero a la vez había hecho daño a Filippo. Nunca pensó que las emociones del muchacho hacia aquella mujer fueran tan duraderas, siempre le decía y se decía: Todo pasa. Todo acaba. Pero no había sido así. De todos modos, ya había cumplido con una responsabilidad autoimpuesta y su pecho se sentía alivianado. Pero, Ana Isabel parecía enferma. No pudo revisarla. Hizo una lista de sus observaciones y basadas en la información que ya poseía de ella hizo sus deducciones. El asunto era: «¿Deberé decirle a Filippo como se encuentra? Se le ve muy mal. No, no, este no es el momento.»