Isabel había
aceptado su visita. Siguiendo a Carmen, Laurenz caminó por el pasillo dejando
atrás estancias que conocía bien, pero que lucían muy cambiadas. El carmen
había sido atemperado a los tiempos siguiendo los patrones decorativos en boga,
la regencia británica. Solo pudo asomar su mirada al salón en que en varias
ocasiones participó de tertulias y convites ofrecidos por el padre de Isabel ―cuando
todavía vivían en Granada pero, sobre todo, Francia no había ocupado la ciudad―
a través de la puerta abierta. A pesar de la decoración soberbia y elegante de
los espacios de atravesaba, algo en la atmósfera le sugería decadencia y
tristeza.
Carmen le
acompañó hasta la puerta del gabinete. Antes de permitirle entrar, la criada
abrió la puerta y entró dejándole fuera. Le pareció escuchar: ¿Esta lista,
señora? ¿Está segura de que desea recibir visitas? Laurenz ladeó su cabeza e intentó hacer odio.
Algo andaba mal, «¿Qué será?» La puerta se abrió poco después, y la claridad
que se asomaba por los ventanales de la habitación le alcanzó, incluso en el
pasillo.
Sin
reparar demasiado en los detalles, intentó hacer una inspección general del
lugar en que se encontraba. El gabinete de la señora contenía todo tipo de
cosas. Varias canastas con retazos de telas e hilos aguardaban junto a
distintos muebles, una otomana tapizada en color vainilla de patas de tijera
torneadas, un sofá estilo griego, a juego, y el diván en el que ella esperaba
sentada de frente, pero un poco reclinada, como si se sostuviera del
espaldar-brazo. Detrás de ella, dos
burós con librería en caoba, las líneas de libros estaban sostenidas en pie por
objetos curiosos, probablemente traídos de los viajes de su padre; entre los
muebles había un piano de pared. Junto al buró de la izquierda, cerca del
ventanal, un catalejo, montado en un pequeño trípode de bronce, y un objeto
circular, que sugería ser un astrolabio, decoraban un amplio escritorio; varias
pilas de papeles se amontonaban en él. Sobre una mesa redonda, que tenía ambas
alas levantadas, había un florero que expedía el aroma a flores frescas,
sacadas del jardín esa mañana, pero entremezclado con ese aroma había algo más.
No estaba seguro si era un aroma u otra cosa, pero había algo extraño en la
residencia. Recostado de la mesa había
otro objeto que no pudo distinguir.
Isabel no
se levantó para recibirle, pero con una sonrisa en los labios señaló el asiento
frente a ella. Su brazo se veía delicado bajo la manga de algodón blanco con
finas listas azules, que terminaban sobre sus codos, pero del que tres anchos
encajes, colocados de menor a mayor, alcanzaban el medio antebrazo. Laurenz se
aproximó y tomó asiento frente a ella. La saludó cordialmente. Recordó con
anécdotas aquellos tiempos desde que ella era una niña que iba a misa con su
madre, hasta cuando, ya siendo joven, se convirtió en una prodigio de la moda y
la costura local. Sonreía según
recordaba las anécdotas junto a Laurenz, pero sus escuetas contestaciones no iban
acorde con la nostálgica alegría que su mirada transmitía. Los temas volvieron a acabarse y un silencio
incomodo ocupó la estancia. Laurenz posó su mano sobre el alto brazo de la
silla, que terminaba en una amplia voluta enrolada, se sujetó de ella acomodarse
más erguido.
―No creo
que hayas llegado hasta aquí para recordar viejas memorias, ―dijo Ana Isabel
obligando a Laurenz a traer el tema que le había traído hasta allí, pero que
eludía tocar―.
Laurenz
tomó aire y dijo: ―Supongo que sabes el tema que me trae hasta aquí, ―la Señora
no contestó, esperando que persiguiera con su exposición―. Isabel, estoy aquí
por un tema que siempre nos ha unido de un modo u otro… Me consta lo que
sucedió hace algunas noches atrás cuando aún no había llegado yo aquí. Filippo
me lo contó todo ayer. Está preocupado. Me gustaría relatarte lo que sucedió
luego de que te marcharás. Explicar algunas cosas.
―Yo no
necesito explicaciones. Ya está bien de justificaciones para todo.
― ¿Tu
regresaste a buscar a Filippo?
― Si, si
lo hice, pero, como te digo, eso ya no importa.
― Esta
bien. Quizás para ti no, pero, para mí sí importa. Probablemente a él, también.
― ¿Probablemente?
¿Él no sabe que estás aquí?
― No, no
lo sabe.
― Sr. van
Neuenwald, por favor, deja de resolverle sus asuntos. No es un niño. Déjale
tratar sus responsabilidades como mejor entienda.
― Ese es
el asunto. Él no ha tenido la libertad de tratar sus asuntos. Nada, hasta el
momento, está a su alcance.
Otra vez
lo mismo. Siempre había una excusa para los actos de Filippo. «Siempre sus
actos están justificados, pero y, ¿yo qué? ¿Qué de mí? ¿Qué de lo que siento
cuando sucede lo que sucede, aunque esté justificado?» Ana Isabel consideró la
posibilidad de rechazar las explicaciones que Laurenz le ofrecería. «Si quiero
protegerme a mí, no debo atender a razones. Si lo escucho… si lo escucho terminaré
justificándolo yo también, y permitiendo que vuelva a hacer lo mismo. No tengo
ganas de que me duela más. … Pero, por otro
lado…»
Mientras
tanto Laurenz esperaba manteniendo sus manos ocupadas dándole la vuelta al ala
de su sombrero. Observaba a Ana Isabel, algo en ella denotaba fragilidad. Quizás
era la forma en que, ladeada sobre el diván ― de tapizado de líneas verdes y vainilla en marcadas en
dorado, y cojín cilíndrico―, deshacía lentamente el tejido ya hilvanado,
o la línea suave de madera del espaldar del diván ― que descendía hasta pasado la mitad del
mueble, terminando en una voluta torneada―, esas formas puramente femeninas,
unido a los encajes del vestido y bucles de los risos de Ana Isabel aportaran a
esa imagen en exceso delicada.
―Está
bien, ―dijo con ojos turbios― dime qué sucedió. Sé que me voy a arrepentir de
escuchar sus razones. No merece la pena escucharlo, pero igual deseo saberlo.
Necesito dar un motivo, que no sea vil desprecio, a lo sucedido.
― ¿Cómo
empezar…? ¿Qué sucedió cuando regresaste?
― Cuando
me fui dejé la puerta abierta. Estaba segura de que no tardaría y consideraba
que Filippo no estaría en disposición de levantarse. Estaba muy afectado.
Cuando regresé, llegué cargando las hojas para preparar una infusión, una joya
que siempre he conservado que él me regaló y un vestido que había hecho, en
aquel entonces, para vestir ese regalo. Quería distraerle la mente. Entré, todo
estaba en silencio. Le llamé varias veces y él no contestó. fui al despacho,
estaba hecho un lio, pero estaba así cuando originalmente llegué. Me senté,
tomé aire pensando que podía haber sucedido.
Una vez,
hace mucho, se enfrentaron a mí los seres de los que tú y yo sabemos, y me
dijeron que, si no decía nada, que, si Filippo no llegaba a saber la verdad,
nada nos sucedería. Era imposible que alguien supiera algo. Lo había descubierto
hacia algunos minutos. Era improbable que supieran que ya él estaba enterado.
Pensé que pudiera haber cometido la imprudencia de salir, y que con todo lo
sucedido hubiese olvidado cerrar la puerta. Como él estaba vuelto loco... Le
esperé, le esperé un tiempo razonable. Un poco indignada subí a su alcoba y
dejé el vestido. Me marché. Al otro día,
regresé, me encontré a la criada que me dijo que él había dejado una nota de
que estaría fuera por algunos días. Yo no podía creerlo. Me acababa de pedir
disculpas. ¿Cómo era posible que volviera a hacerme lo mismo? Eso es todo, ―Laurenz
la vio respirar profundo con la mano en el pecho, se le veía cansada―. Me
debato todo el tiempo entre la posibilidad de que le hubiese sucedido algo, o
que simplemente quiso huir de todo, pero en su escape, volvió a dejarme atrás.
― El
asunto es más complicado que eso. Cuando Filippo se me escapó en Londres tuve
que dar aviso de su huida. No sabía a dónde podía haber llegado, pero la
posibilidad de que regresara a Granada era considerable. Siempre había tenido
sueños que le dirigían, le daban pistas de su situación, pero yo había
conseguido ofrecerle explicaciones que lo hacían conformarse. Desde hace un
tiempo, Filippo… Yo… Yo estaba perdiendo mi influencia sobre él, y los sueños
comenzaron a hacerse más insistentes. Con los sueños, te volviste un tema
recurrente. Comenzó por hacer conjeturas sobre el posible el significado de los
sueños. Comenzó a cuestionarse las
razones por las que había abandonado a Granada y, por lo tanto, no haber
insistido más con tu padre. Supuse que había venido hacia acá porque, después
de tanto tiempo, comenzaste a aparecer en ellos. No me equivoque en mi suposición, y tampoco en
la necesidad de dar aviso con urgencia. Si regresaba a Granada se enfrentaría a
un peligro que había permanecido latente mediante acuerdos, acuerdos que, de
por sí, ya habían sido lacerados.
Su
regreso no fue discreto. Pero es que es imposible ser discreto cuando tu rostro,
ya conocido, permanece joven después de décadas. Quienes le buscan pueden
detectar elementos de nuestros pensamientos. Así de poderosos son, nunca
subestimes su poder. Bueno, tú lo sabes. Ya yo estaba al tanto de tu encuentro
con estos seres por medio de Andreas, el ser que te salvo, pero Filippo me
contó tu versión acerca de lo sucedido. En resumidas cuentas, lo encontraron.
Gracias a que di aviso a tiempo, Andreas pudo llegar justo cuando pensaban
apresarlo. Nos lo llevamos. Lo tenemos escondido. De allí no puede salir. Ni
siquiera puede mandarte una nota. Nadie debe saber su paradero. Esta consiente
de que es mejor cooperar. Se ha atenido a las reglas que se le han impuesto por
su protección, pero desde su punto de vista, también de la tuya. Le preocupa
que dirigirlos a ti si te buscasen. Y es cierto, si te relacionaran con él
intentarían dar con Filippo a través de ti.
― ¿Cree
usted eso? Después de tanto, ¿para qué protegerme a mí? Ya no soy una niña, Sr.
van Neuenwald. Desde hace mucho, yo no compongo nada en su vida, ―miró hacia la
ventana. Sus ojos se entrecerraron y se lagrimaron un poco. A lo lejos una
escultura de una mujer vestida a lo griego cuidaba del patio, en el que había
columnas jónicas y algunas piezas arqueológicas, pensó en la belleza de la luz
de la tarde reflejada en ellas, intentando recuperar la entereza―. Yo entiendo
todo lo que se ha dicho. Por los sucesos, no me ha quedado de otra que entender
y aceptar. Pero, ¿sabe usted? Filippo decía sentir unas cosas. El jamás ha
actuado con sentido de responsabilidad por lo que prometió, ni con respecto a
los sentimientos que sembró en mi a través de sus promesas. El jamás verlo
realmente intentar, buscar la manera de no lastimarme, eso es lo que me duele,
lo que no puede ser justificado. Todo giraba alrededor de lo que el necesitaba…
o lo que él necesita. Yo cometí la ligereza de revivir sentimientos de
juventud, ahora en mi edad adulta. … ―Isabel se enjugó sus labios resecos. ― Me
he ganado mi lugar. He sido demasiado hija,
demasiado hermana, demasiado esposa y madre abnegada ― empujando los dedos de
la mano con la otra, contaba con dureza cada una de las cosas que había sido en
esta vida, para beneficio de otros. Según enumeraba los papeles que había
jugado, por primera vez en la conversación, su voz tomaba fuerza―. He sido
demasiado viuda, demasiado patriota, demasiado mujer que busca abrirse espacio
en la vida sola, he trabajado, he soportado y me enfrentado a muchas
situaciones en esta vida como para no haberme permitido «ahora que falta poco»
vivir un poco de ilusión, ¿no? Eso yo creí. Y perdona que te traiga este tema
tan afeminado, pero usted fue el que quiso venir aquí a abogar por la imagen de
Filippo.
Laurenz
bajó la mirada evaluando lo que Ana Isabel había dicho. Sí, había venido a interceder
por la imagen de Filippo. Sí, Filippo no sabía que él estaba allí. De hecho,
nadie sabía que iría a encontrarse con Ana Isabel. Se estaba tomando un riesgo
no razonable, pero sentía que se lo debía a Filippo, por lo hecho, lo deshecho
y lo no realizado durante todos esos años. Pero, jamás se había planteado más
allá del cómo le afectaría a Filippo cada uno de sus actos; nunca pensó en cómo
la afectaba a ella. Se sintió culpable de muchas cosas.
―Hay
muchas cosas que desconoce, de las que Filippo tampoco tiene la culpa y en el
que ambos fueron manejados para alejarlos uno del otro y sacarlo de Granada.
Por dónde empezar… Como sabes, Filippo, vive entre nosotros, pero no es como
nosotros. Nadie en este mundo, nadie, ni en el entorno humano, ni en lo que
conocemos como mundo sobrenatural o fantasía, que es tan real como tú y yo, es
como él. En cualquier circunstancia natural él jamás habría existido. Su padre,
es venido aquí por puentes que comunican a este mundo con otros y su madre era
humana. De alguna forma, su padre logró transformarse en humano en apariencia y
así nació Filippo.
No se supone que le dejaran vivir, pero, quien
vendría a ser su abuelo consiguió convencer a otros a mantenerlo con vida bajo
ciertas restricciones. Una de ellas que viviese como humano, y que jamás
supiera del mundo sobrenatural. La otra, que no se podía reproducir.
Según
pasó el tiempo Filippo comenzó a desarrollarse a su paso. Hubo que someterlo a
varios procedimientos paracientíficos para borrar su memoria y mantenerlo,
digamos, maleable. Ya vez que la apariencia de Filippo ha madurado muy poco
desde aquel entonces, pues bien, a los efectos él sigue siendo un hombre joven,
porque en él el paso del tiempo parece regirse por otras reglas. Había que
borrarle la memoria y mudarlo de lugar según pasaban los años para que él fuera
viviendo según el tiempo humano. Tu conociste a Filippo bajo mi tutela, pero no
he sido el primero. Muchas personas se han encargado de Filippo por momentos,
haciéndolo pasar por su familia.
Los
procedimientos a los que Filippo ha sido sometido, además de borrar la memoria,
permiten manipular sus pensamientos. Es como una hipnosis eterna. Construyendo
oraciones de cierta forma estas ideas se impregnan el pensamiento de Filippo.
Pero, lo que nos daba la posibilidad de controlarlo, también, era un
procedimiento muy peligroso. El procedimiento requiere tal fuerzo que acorta la
vida y la energía de quien ejerce el proceso y afecta el cerebro de quien es
sometido a el. Ya no podíamos realizarlo más y tuvimos que improvisar. Lo
primero que descubrimos es que con el paso del tiempo ese efecto hipnótico va
menguando. Que exponerlo a verdades “olvidadas”. si las acepta como realidad,
pueden arrancar el efecto hipnótico de raíz; eso fue lo que viste cuando lo
encontraste, por eso estaba tan afectado. Adquirió demasiada información de
momento y eso desató una avalancha.
― Ahora,
la que está recibiendo demasiada información a la vez soy yo. ―dijo Ana Isabel
murmurando. ― Señor van Neuenwald… Sr. van Neuenwald… Lo que me
dice es…, ¡bah!, … es increíble… No siga intentando que le coja lástima, porque
no lo haré. A todo esto, ¿yo que pinto en esta historia?
― Yo hice
uso del Lete Memnopsina
para alejarlo de ti. Que le quede claro, que en aquel momento no había forma de
que él no fuese manipulado por mi intervención, los efectos eran demasiado
recientes y estaban bien arraigados. Como te dije, él, por razones muy
razonables, tiene prohibido su reproducción. Él no es algo, alguien, natural. Él
es otro ente, producto de la manipulación de la naturaleza, más allá de lo que
este universo debe tener. Tiene muchos elementos humanos, también de los kromathorien,
pero no es ninguno. El contacto de un kromathorien con un humano, mediante su
mordida, produce lo que conocemos como vampiros. Vampiros, chupa sangre, con
fuerza sobrehumana, que no pueden recibir la luz del día, un poco como lo pinta
el folclor, pero no del todo. Imagínate lo que podría surgir de la unión de
Filippo con… con… una mujer, contigo… No puede ser. No puede permitirse. Eso te
tiene que quedar claro. Yo solo pretendí evitar un desastre.
Pero si
mereces saber algunas cosas del lado humano de Filippo. Son cosas que también
son suyas y alguien se las tiene que decir. Su padre entendía que lo mejor para
sus hijos era fortalecer el negocio, y para ello había concertado un matrimonio
conveniente para usted. Yo no impedí que Filippo fuese a pedir su mano, pero ayudé
a impedir que lo lograse. Su padre y yo discutimos el tema antes de que él le
hiciera un acercamiento. Ambos entendíamos, por diversas razones, que ese
matrimonio no era conveniente, y acordamos una denegatoria rotunda que acabara
con las intenciones de Filippo. Ana Isabel, su padre cumplió su parte del
acuerdo. Cuando Filippo fue a pedir su mano, se negó, pero de una manera
soberbia, a dar la dispensa. Ya yo sabía qué diría y, aun así, hasta a mí me
dolieron las cosas que dijo y cómo las dijo. Hizo que Filippo le prometiera que
no se diría nada. Le responsabilizó de sus posibles sentimientos rotos y del
sufrimiento que le causaría a usted si le decía algo. Que evitara que usted cometiera
cualquier tontería en nombre del amor; que usted era muy joven y no mediría las
consecuencias. Yo sabía que a pesar de todo lo que tuvo que soportar ese día
Filippo no se quedaría de brazos cruzados. Yo, aprovechando los sueños, comencé
a hablarle de la necesidad del viaje. Su cerebro rápido capto la información,
pero aún estaba el asunto de sus sentimientos hacia usted. Hasta se le ocurrió proponer
que usted se escapara con nosotros. Fue entonces cuando entendí que el viaje
debía hacerse de inmediato, e hice uso de todos los recursos en mi poder para
llevar sus pensamientos a los inconvenientes de llevarla junto a nosotros. Le hice entender que por la edad de ustedes
jamás podrían contraer matrimonio sin la autorización de su padre. Le planteé
el cómo se dañaría su imagen y la de su familia si se escapaba, sin casarse,
con nosotros; eso sin contar que nos buscarían por todos lados. Use todos mis
argumentos, muy bien organizados, para que se convenciera de que las decisiones
basadas en esos argumentos provenían de su propio pensamiento. A pesar de
haberlo logrado, por mucho tiempo, Filippo te escribió cartas a las cuales
nunca recibió respuesta.
― Si, él
me las entregó el otro día. Decía que las escribía y luego desistía de
enviarlas por no recibir respuesta.
― De esas
no sabía. No, Isabel. Otras, por bastante tiempo las envió y no recibió respuesta.
A veces pensaba que su padre las interceptaba, en otras ocasiones se frustraba
pensado que usted no lo las respondías porque le odiaba por haberle dejado sin
avisar. Recuerdo que cuando eso pasaba me decía: Es lo mejor, ¿Verdad?
Cuestionándose cuán acertada fue la decisión de marcharse sin usted. Yo siempre
le respondí: Era lo necesario. La verdad, y él no lo sabe, yo nunca dejaba que
la carta saliera. Yo era quien la interceptaba. Ahora, si me encargué de que
supiera que se había casado poco después de que nos marcháramos. No sé cómo lo recuerde, pero ¿se acuerda que
milagrosamente ustedes fueron ayudados a salir de Granada justo antes de que
los franceses la ocuparan?, ―La mirada sorprendida de Ana Isabel claramente
preguntaba: ¿Cómo sabes eso? De ello no se había hablado en años. Tenía el
recuerdo muy claro. Dio gracias a Dios y a la Virgen muchas veces por haberles
enviado semejante ángel salido de la nada―. Como supondrá entre los círculos altos se
corren los rumores. Filippo al escuchar el rumor de los futuros movimientos
franceses me presionó a enviarle ayuda. La presión fue tal que decidí hacerlo,
con la condición de que fuera anónima, para evitarle problemas con su marido.
Al regresar a la ciudad, el encargado le habló de que tenía un hijo llamado
Ricardo.
Las
lágrimas se deslizaban incontenibles sobre las mejillas palidecidas de Ana
Isabel. Que la vieran llorar le incomodaba, le preocupaba que esa muestra de
emociones pudiese confundir a los demás llevándoles a pensar que ella era débil
de carácter. Pero la información que acababa de recibir, especialmente su
salida de Granada antes de incursión francesa, le conmovió. Yo no sé qué
pensar, ― se limitó a decir en voz baja, mientras limpiaba con su pañuelo las últimas
lágrimas que permitió mostrar―.
― Por
todo lo dicho, le debía a Filippo… me debía a mí mismo, venir hasta acá. Nunca
me sentí incomodo por las decisiones que tomé, en su momento, las entendí
justas y adecuadas. Pero ahora, con todo lo que ha pasado, con la carga que ha
representado para Filippo, hay muchas cosas que parecen no tener tanto sentido
cómo lo tenían antes. Si, veo su necesidad, veo el por qué fueron tomadas, pero
su fin último… el desenlace que tuvo… Bueno, lo hecho ya está hecho. Ya que
sabe a grandes rasgos la verdad, quisiera poner, si me lo permite, guardianes
aquí que cuiden de su seguridad. No podemos descartar el hecho de que corre
peligro.
Ana
Isabel rio en sarcasmo. «¿…que cuiden de mí?» Ciertamente Laurenz esperaba un
sí por respuesta. ―No se preocupen. No necesito guardianes que me protejan, ―
al decir esto Laurenz intentó protestar, pero ella continuó―. Desde que lo que sucedió aquella noche en el
jardín, no he tenido ningún enfrentamiento con el mundo sobrenatural. Ninguno. Desde
entonces todas las cosas que me han hecho sentir amenazada han provenido del
mundo que me rodea. Al poco tiempo de que se marcharan mi padre decidió casarme
con un hombre que me doblaba la edad, inmediatamente tuve un hijo y comencé a
comportarme como una adulto madre y esposa mientras mis amigas todavía
revoloteaban sonando con amores de novela. Tuvimos que cerrar todo aquí y salir
a Cádiz, prácticamente dejarlo todo. Mi esposo murió cuando unos bandoleros
pretendieron asaltar la caravana de arrieros en la que trasportaban muebles a
Madrid, o eso dicen. Apenas siendo una muchacha ya era una viuda con un hijo.
Regresé a la falda de mi padre, y junto a él permanecí hasta que murió. Yo no
me quería quedar cruzada de brazos mientras veía nuestras tropas carecer hasta
de vestimenta. Me uní a la Sociedad de Señoras de Fernando VII de la marquesa
de Villafranca; ayudaba cosiendo los uniformes. Convencí a mi padre de que era nuestro deber
patriótico el buscar cómo ayudar a nuestros soldados. Aportamos dinero para
preparación de los mismos. Que mi padre cooperara fue casi un milagro, pues
nuestros recursos estaban menguados debido a que el tráfico de mercancías estaba
limitado, por un lado, los franceses y las revueltas y por el otro los
bandoleros. Fue un tiempo muy difícil, pero a la vez, el sentir que disponía
mis talentos al servicio de la patria me daba fortaleza. Luego de todo regrese
a Granada con mi padre y mi hijo. Quise involucrarme en el negocio familiar,
pero ante la negatoria de mi padre, mi hermano decidió acatar instrucciones.
Básicamente me dediqué a sus cuidados en cuerpo y alma, hasta que Ricardo quiso
irse con mi hermano para aprender el negocio familiar. Solo quedamos mi padre y
yo, pero al poco tiempo el murió. Finalmente, quede sola. Muchas veces intentaron
casarme, pero, ¿para qué? Gracias a la Virgen, soy una mujer de posición, tengo
una familia que me apoya, no necesitaba, ni necesito, estar a expensas de otro
que no sabía si me respetaría o no. Alguna que otra vez ayudé a mi hermano en
los negocios de la familia, pero Ricardo, igual que mi padre, entendía que ese
no era mi espacio y que no padecería de ninguna necesidad económica que
justificara mi participación. Me dediqué a coser; hice atuendos para algunas
obras y óperas, pero básicamente me sumergí en el desempeño de obras caridad.
Yo no he necesitado a nadie. He podido valerme por mi misma hasta el día de
hoy. No necesito que nadie venga a protegerme de un peligro hipotético. Muchas
gracias, de todos modos.
Según
avanzaba en su discurso le era más difícil disimular la fatiga. Le faltaba el
aire. El corset le comprimía el pecho; lo buscó palpando con la mano; no lo
llevaba puesto. Necesitaba concluir esa visita. No quería que él la viese con
el torso encorvado hacia el frente. Se negaba a demostrar debilidad, Filippo no
debía saber, realmente, nadie debía saberlo.
Aunque pareciera grosero, luego de terminado de plantear su punto, Ana
Isabel hizo un gesto de despedida.
Laurenz,
captó el mensaje. Poniendo las manos sobre las rodillas, se puso en pie. Desde
esa posición pudo ver cuál era realmente la postura de la mujer. Si, estaba recostada del diván, pero con el
tronco levemente inclinado hacia el frente. Miró tras ella. Recostado del borde de la mesa se asomaba una
vara de madera de topé curvo en metal, de punta dorada. El objeto que anteriormente
no había podido identificar era un bastón femenino.
― ¿Se
siente bien?, ―dijo Laurenz mostrando preocupación y también curiosidad―. Se le
ve un poco pálida. ¿Le gustaría que le revisase? Sería un placer poder ayudarle.
― No, no
gracias. Me encuentro bien. Es solo que no he podido descansar bien durante los
pasados días, ya sabe usted. Además, la noticia que has traído ha sido pesada.
Solo necesito descansar.
El “no”
había sido con tal firmeza que no daba espacio para preguntas posteriores. No
hablaría del tema, ni se dejaría hacer un examen médico. La atmósfera se había
tornado lóbrega. Ya no era bienvenido, claramente la mujer deseaba que se
marchase. Ana Isabel tocó una campanilla. «No me parece que el carácter de esta
mujer sea de tratar a los criados con distancia.» Algo le sucedía a aquella
mujer, pero definitivamente no quería su intervención, tampoco que se notase.
Intentando disimular su curiosidad, se despidió de ella. Laurenz esperó, a ver
si ella se levantaba a despedirlo. Pero, la mujer apenas levantó su brazo para
despedirse. Ya que ella no soltaba prenda, al menos podría hacer deducciones
por observación. La puerta se abrió y Carmen entró al gabinete. Hubo una
conversación en las miradas de las mujeres e inmediatamente Carmen invitó a
Laurenz a que le siguiera hacia la puerta.
Al salir dejó
atrás el peso de la culpa de haber conspirado en contra de las intenciones de
Filippo. Tenía claro que debía ser así, que había hecho bien durante todo ese
tiempo, pero a la vez había hecho daño a Filippo. Nunca pensó que las emociones
del muchacho hacia aquella mujer fueran tan duraderas, siempre le decía y se
decía: Todo pasa. Todo acaba. Pero no había sido así. De todos modos, ya había
cumplido con una responsabilidad autoimpuesta y su pecho se sentía alivianado.
Pero, Ana Isabel parecía enferma. No pudo revisarla. Hizo una lista de sus
observaciones y basadas en la información que ya poseía de ella hizo sus
deducciones. El asunto era: «¿Deberé decirle a Filippo como se encuentra? Se le
ve muy mal. No, no, este no es el momento.»