domingo, 26 de junio de 2016

Güeli canta el tango como ninguna



Güeli llega a mí con un libro y me lo entrega.
M: ¿Si?
Güeli: Me lo regalaste tú.
M: Si. (Lo cojo y miro que dice que costaba 3,500 pesetas) Esto es viejo.
Güeli: Es uno de mis libros favoritos. ¡Gracias!
M: Ya me las habías dado. ¿Recuerdas?
Güeli: Si. Pero te lo muestro, pq cuando yo muera quiero que lo guardes de recuerdo. Si abres la primera página verás un mensaje para ti.

Abro la primera página. Las letras se deshacían ante mis ojos nublados. En sílabas rotas le di las gracias y se lo entregué. Intenté controlarme, no quería que me viese así, ni que supiera que en mis pesadillas ese momento ocurría a menudo. No quiero que, llegado el momento, ella sienta angustia al partir. Esperé hasta marcharme, porque no pude controlarlo más, en el auto lloré amargamente. Ella sin querer me había transportado al enfrentamiento hipotético de uno de mis más grandes miedos. Y para colmo era la primera vez que me hablaba acerca de un suceso posterior a su muerte. 

No sé qué sería de mi vida sin ella.  

Mi abuela es mi Güeli, mi madre, mi amiga... Yo soy, para bien o para mal, como soy, gracias a ella. Su pasión por la historia, los libros, el conocimiento. Su desmedido amor hacia nosotras. El tiempo que invertía en conversar sobre temas de jovencita, que nadie quería escuchar.  Cuando se sentaba a revisar mis libretas (como lo odiaba) a ver si tenía tarea. 

Su historia, la he escuchado miles de veces, y aun no me canso de oírla. No sé de qué se llenará el aire cuando ya no escuche la pausada cadencia de su voz hablándome de: su vida de casa en casa, su juventud como estudiante becada, un doctorado incompleto por sentimientos machistas tradicionales, sus experiencias espirituales cristianas, su vida como madre y esposa hasta el final y la nota curiosa de un amor que jamás pudo ser, pero siempre existió.

Todos los consejos los escuché de ella. Pero el más importante era el típico: ¡Cuidado con lo que desees! ¡Que muchas veces la escuché decirlo cuando le repetía que yo quería una vida fuera de lo común, que quería una viva romántica intensa y fuera de lo normal! Pero, que se le va a hacer... odio lo tradicional, y ella también. Cuando me lo decía seguro se miraba en mi espejo.

Ahora, solo puedo pensar en los meses luego de la muerte de mi abuelo. Casi puedo escuchar el piano y la guitarra.  Pasábamos las horas escuchando viejos tangos de Gardel, del Carril, Goyeneche y Lamarque. Noches largas, por meses enteros. Solas, mi abuela y yo.  A pesar de la tristeza, es imposible no admitir que fueron hermosos momentos. Esos momentos tuvieron tanto impacto en mí, que ninguna invitación a la salir podía extenderse hasta tarde, porque luego tenía una cita con mi Güeli. 

No sé, ella tiene la habilidad de ennoblecer lo ordinario. Y ahora, con lo sucedido, sé que el día que ella muera, yo sufriré un infarto al miocardio, y una parte de mi corazón perecerá con ella.