Güeli llega a
mí con un libro y me lo entrega.
M: ¿Si?
Güeli: Me lo
regalaste tú.
M: Si. (Lo cojo
y miro que dice que costaba 3,500 pesetas) Esto es viejo.
Güeli: Es uno
de mis libros favoritos. ¡Gracias!
M: Ya me las
habías dado. ¿Recuerdas?
Güeli: Si. Pero
te lo muestro, pq cuando yo muera quiero que lo guardes de recuerdo. Si abres
la primera página verás un mensaje para ti.
Abro la primera página. Las letras se deshacían ante mis ojos
nublados. En sílabas rotas le di las gracias y se lo
entregué. Intenté controlarme, no quería que me viese así, ni que supiera
que en mis pesadillas ese momento ocurría a menudo. No quiero que, llegado el
momento, ella sienta angustia al partir. Esperé hasta marcharme, porque no pude
controlarlo más, en el auto lloré amargamente. Ella sin querer me había
transportado al enfrentamiento hipotético de uno de mis más grandes miedos. Y
para colmo era la primera vez que me hablaba acerca de un suceso posterior a su
muerte.
No sé qué sería de mi vida sin ella.
Mi abuela es mi Güeli, mi madre, mi amiga... Yo soy, para bien o para
mal, como soy, gracias a ella. Su pasión por la historia, los libros, el
conocimiento. Su desmedido amor hacia nosotras. El tiempo que invertía en conversar
sobre temas de jovencita, que nadie quería escuchar. Cuando se sentaba a
revisar mis libretas (como lo odiaba) a ver si tenía tarea.
Su historia, la he escuchado miles de veces, y aun no me canso de oírla.
No sé de qué se llenará el aire cuando ya no escuche la pausada cadencia de su
voz hablándome de: su vida de casa en casa, su juventud como estudiante becada,
un doctorado incompleto por sentimientos machistas tradicionales, sus
experiencias espirituales cristianas, su vida como madre y esposa hasta el
final y la nota curiosa de un amor que jamás pudo ser, pero siempre existió.
Todos los consejos los escuché de ella. Pero el más importante era el
típico: ¡Cuidado con lo que desees! ¡Que muchas veces la escuché decirlo cuando
le repetía que yo quería una vida fuera de lo común, que quería una viva
romántica intensa y fuera de lo normal! Pero, que se le va a hacer... odio lo
tradicional, y ella también. Cuando me lo decía seguro se miraba en mi espejo.
Ahora, solo puedo pensar en los meses luego de la muerte de mi abuelo.
Casi puedo escuchar el piano y la guitarra. Pasábamos las horas
escuchando viejos tangos de Gardel, del Carril, Goyeneche y Lamarque. Noches
largas, por meses enteros. Solas, mi abuela y yo. A pesar de la tristeza,
es imposible no admitir que fueron hermosos momentos. Esos momentos tuvieron
tanto impacto en mí, que ninguna invitación a la salir podía extenderse hasta
tarde, porque luego tenía una cita con mi Güeli.
No sé, ella tiene la habilidad de ennoblecer lo ordinario. Y ahora, con
lo sucedido, sé que el día que ella muera, yo sufriré un infarto al miocardio,
y una parte de mi corazón perecerá con ella.