Emitiendo un lánguido gruñido de despedida, el oso se derrumbó sobre el hielo. El silencio era tal, que se regaron los ecos de su lamentó y caída, en un alboroto que atravesó el espacio sin encontrar resistencia en la glacial explanada. La mancha de sangre desplegada sobre su pelaje traslucido, trascendió al suelo. Parado frente a los restos del oso polar, se tomó unos segundos para recuperarse. Dado al esfuerzo, a la falta de costumbre a las inclemencias del frío y alimentarse de los habitantes de las estepas heladas del Norte, dar la pelea al oso y traspasar sus incisivos a través de la grasa subcutánea, fue una faena ardua y desordenada. Agarró su manchada mandíbula, e intentando aliviar una aguda punzada que se irradió alrededor del lado izquierdo de su rostro la apretó con fuerza; esta no tardó en ceder. Observó como la sangre conquistaba, en una lustrosa batalla en bermellón, los helados alrededores del torso y cabeza del oso. Se lamentó de no haber continuado alimentándose, pues aún le quedaba suficiente sangre y vida cuando soltó al peludo animal. Maximino retrocedió unos pasos para no manchar las puntas de sus botas. La sangre ingerida se abalanzó, ocupando los espacios vacíos de cada capilar de su sistema sanguíneo, otorgándole la fuerza necesaria para continuar hacia al frente. Sin tener dirección exacta, siguiendo la esperanza y la leyenda prosiguió su búsqueda; intentando identificar cada sonido por remoto que estuviera, por insignificante que fuera.
Hacía más de un siglo atrás, por un corto tiempo, se
corrió una historia de aparecidos. Un hombre que acompañaba en su viaje al
holandés Corneli Giles, agotado y enloquecido por la ruta, desértica y
helada, hacia el polo, percibió, lo que todos dieron por un espejismo. Decía haber visto una majestuosa residencia al
gusto de la Grecia antigua, forjada en hielo. Según contaba, sus habitantes entraban y salían abrigados por capas peludas de piel de oso,
inmunes a las condiciones del tiempo.
Dudando de encontrarse frente a un palacio de hielo, más
hermoso que cualquier palacio que hubiese visto alguna vez –“con columnas que
se levantaban hacia el cielo”–, cerró sus ojos preguntándose si soñaba. Cuando
volvió a abrirlos, una de aquellas figuras de movimientos ágiles y apariencia corpulenta, se encontraba frente a él. Con una
sonrisa amenazante desafiaba su presencia, disfrutando de su temor. Era
imposible que hubiese recorrido la distancia que le separaban en apenas un
segundo. Sin embargo, cuando pareció acercarse aún más para atacarle, el
sonido de voces que se acercaban, sus compañeros tripulantes, le hizo cambiar
de opinión. El caballero de rostro recio despareció. Ningún otro tripulante
pudo dar fe de percibir algo similar. El
hombre, que a su llegada a Holanda intentó propagar su testimonio, animar a la
corte holandesa a sufragar una expedición en busca del magnífico palacio
perdido, pasó el resto de sus días internado en un hospicio, bajo total y
rotundo anonimato. Según aquel desvariante viajero, los sucesos habían ocurrido
en una isla deshabitada al noreste de Spitsbergen, al que Cornelis en ese viaje
nombró–y así lo reconoció la cartografía desde entonces– Giles Land.
Giles Land, una
enorme planicie blanca en la que apenas podía distinguirse osos polares. Sólo
en su más remota punta sur, se divisaba una rocosa área terrestre de
revestimiento verde intenso pero, aparte del musgo, despoblado de árboles. La
leyenda había llevado a Maximino a lanzarse en un viaje en solitario, en
búsqueda de algunos ‘quizás’. El ‘quizás’ de que aquel lugar hubiese sido
divisado por una de esas escasas personas capaces de ver a través de un operimentum; uno de los pocos viejos hechizos que,
ante la necesidad de encubrimiento al mundo terrenal, se había legitimado. El ‘quizás’
de que, más allá de que fuera la residencia
de algún audaz vampiro, fuese la
residencia de Fidias; quien hacía más de setecientos años había desaparecido.
Al principio, conservó alguno que otro contacto con los seres de su misma
especie, pero el hielo físico y la pérdida del amor y el respeto a las
artes, el surgimiento de nuevas sectas de vampiros que por fanatismo y
desorganización eran más peligrosos que por su fuerza, le hicieron perder la fe
en los humanos, en los vampiros
anakromathoriens y en las épocas venideras.
Fidias y sus generaciones de seguidores, a quiénes no le
obligaba permanecer junto a él, acostumbrados a la belleza, a las pasiones,
a luz de un mundo abierto al esplendor, terminaron por aislarse del mundo
humano. Si había perecido al opus cristallus, nadie lo sabía, pero no
ocupaba su espacio en el Gran Museum, y de seguro, sus seguidores le hubiesen
traído a ocupar su merecido lugar en la habitación de descanso.
Después de semanas de viaje, en apariencias
infructíferas, disponiendo de sus últimos vestigios de esperanza, el
titilante vestigio de un sonido familiar acaricio sus oídos. Se aferró a
la resonancia de lo que creyó ser, la aguda vibración del choque entre un
cincel y un mazo; y sin darle tiempo a perder su rastro, se transportó a
sus inmediaciones. Enormes llamaradas iluminaban una traslucida edificación
díptera descomunal, cuatro de ellas colocadas en el exterior, dejando trasver
seis magníficas columnas graciosamente estriadas, coronadas por
capiteles corintios. Justo en el centro, frente a la entrada al recinto,
substituyendo las dos columnas centrales se levantaban dos cariátides,
encargadas de cuidar del peristilo que cubría el perímetro interior por sus
cuatro lados. Con sus manos juntas frente al pecho, cargaban una larga y
esplendida luminaria que se levantaba hasta alcanzar sus las delineadas
clavículas desnudas. Detrás del peristilo, en el pronaos, un enorme
candil blanco, de brillo estable, decoraba con su mística iluminación el recinto.
Por la escalinata, dos figuras ataviadas con unas largas
capas de piel de oso se dirigieron a paso seguro y humano hacia él. La
incertidumbre no fue mayor que su alegría al notar que le era imposible
identificar aroma alguno de la piel de aquellos extraños. Caminó hacia ellos,
haciendo un esfuerzo por elevar sus brazos, mostrar sus manos libres de
armas, —Mi visita es pacífica. Busco a
uno de los antiguos, de los ancianos milenarios—, comunicándose con calma.
Escuchó sin oír, —¿A quien buscáis? Debéis identificaros primero—. Sintió
una particular vibración que ocupa la cabeza, que un emisor, sin emitir
sonido, transmite cargado de un mensaje silente lleno de significaciones,
una comunicación particular de la telepatía típica vampírica. Sonrió, no pudo
evitarlo, si no era el hogar de Fidias, al menos eran vampiros, y dado que
vivían allí, en aquel lugar claramente griego, debían conocer su paradero. —Me
conocen por Maximino. Soy uno de los siete que conforman la curia de los
LegosMundi. Busco al legendario escultor Fidias, el grande—. Antes de que
los guardias pudieran dar respuesta, otra voz entró a la conversación, una voz
potente, que reía alocadamente, sin identificarse le invitó a pasar.
No hubo más límites, el señor de aquel lugar le daba la
bienvenida. Los guardias retomaron el camino de regreso sin pronunciar palabra
alguna, con la misma sobriedad con que le daban alcance al suave y lento
caminar humano. Respetando lo que le pareció una conducta protocolar, Maximino,
recorrió una considerable distancia hasta alcanzar la escalinata. A cada
escalón que subía, cómo despertando, nuevas formas escultóricas aparecían a lo
largo de su vista panorámica, ocupando los espacios vacíos por entre el
peristilo. Hechas de materiales diversos, algunos conocidos metales, piedras
preciosas, barro, maderas, diversas aleaciones y otros que le eran ajenos, iban
sorprendiendo su gusto estético, abriendo su paladar a formas
desarrolladas y evolucionadas gracias a la habilidad y al aislamiento.
Atravesó la pronaos junto a los guardias encapuchados. Después
de varios intentos, desistió de mirar sus rostros, la capa y la capucha peluda
que les protegía del viento y el frío les mantenía en el anonimato. La
luminaria central le deslumbró con su resplandor blanco, capaz de
iluminar como la luz del día, de alguna forma el fuego le parecía familiar. La
pronaos estaba decorada con bajorrelieves de hombres que trabajaban en
esculturas, algunos de los rostros le eran reconocibles, especialmente el de
Fidias, que representado como una figura más alta que los demás estudiaba las
piezas que le traían sus aprendices. Más arriba de los bajorrelieves,
levantándose hasta el techo, motivos florales con tallos en espiral se
conectaban unas a otras como la vid, apoderándose de los espacios vacíos.
Esperaba encontrarse con la naos características de los
templos griegos, sin embargo, en forma de pasillo se abrían a sus lados
habitaciones de las que provenían el sonidos de gente trabajando. Pensó en la
posibilidad de que el sonido que le
condujo hasta allí provino del trabajo de alguna de aquellas manos. Al
final, alumbrado por antorchas del gélido fuego blanco propio de aquel lugar,
se levantaba, imponente, una copia del Zeus de Olimpia; definitivamente
el habitante de aquellos espacios era Fidias. Se detuvo a admirarla, pero los
guardias le indicaron que debían continuar su ruta. —¿Qué te parece?
La de Olimpia, era más pequeña que esa. Aunque debo admitir que aquellos
materiales le hacían ver más grandiosa—, escuchó a Fidias decir sin
palabras. Maximino sonrió sin darse cuenta. Aquel ser era en extremo poderoso,
podía no sólo hablar, enviar imagines, sino verle. No sabía si le veía a través
de los ojos de sus pupilos o a través de los suyos propios. Jamás
hubiese identificado que la figura olímpica guardaba bajo sus pies una
trampilla, un bloque de hielo imposible de levantar entre varios hombres.
Bajaron una escalinata escavada en el hielo, según descendía, las paredes
adquirían un color blanco hasta alcanzar cierta tonalidad azul.
Llegados a ese punto, encontró múltiples cajones en
piedra pulida cubiertos con una pesada tapa, de las que se levantaban esculturas
detalladas de distintos caballeros, sarcófagos en los que descansaban durante
la época de sol. Más adelante, según desfilaba hasta una enorme silla dorada,
una morbosa escena de le fue compartida, esculturas en roca cristal, pero en
tono opaco como vidrio sin pulir. Lo que parecía ser esculturas eran los
cuerpos trascendidos al opus cristallus
de los habitantes de aquella remota y antiquísima colonia vampírica. ¿Por qué
habrían decidido quedarse en ese erial desierto, en vez de ir a descansar
junto a sus hermanos en la Gran Museum?, se preguntó Maximino para sí.
—Somos muy viejos Maximino, demasiado. Nos gustan las
costumbres que hemos desarrollado a través de un milenio, o muchos más, y con
ellas deseamos quedarnos. ¿Para qué volver si somos felices de esta
manera?—se expresó Fidias con
calma infinita.
Maximino se sentía impelido a guardar una posición de
inferioridad, propia de quien atesora respeto
y admiración. Frente a él, uno de los titanes, de los que ya no quedaban,
y si quedaban lo hacían escondidos, y tal cómo Fidias, sufriendo los estragos
de estados muy avanzados del opus
cristallus. Los ojos de Maximino viajaban de un lado a otro aterrizando
siempre en la barbilla de Fidias; la horrorosa y claustrofóbica belleza
de un kromathorien habitando sus horas finales en una escultura de
piedra-cristal le aterraba.
Fidias continuó una conversación amena con Maximino
haciendo ejercicio de su fuerza telepática. Maximino, sin atreverse a
regodearse en el pensamiento, supuso que sus cuerdas bucales habían perdido la
capacidad de producir sonidos. De momento, según observaba, miles ideas le
saltaban a la mente. Las mismas que debía batear una y otra vez, evitando
ofender al titán, con sus prejuicios. Fidias era un diseñador, un
escultor, un artista, no estaba con remilgos impropios de su vida licenciosa.
Pero ver a alguien de su nivel comportándose así, era desconcertante para
Maximino, quien estaba acostumbrado a los protocolos, y respetaba los
formalismo de él para con otro y de otro para con él. Dirigió su mirada a lado,
buscando dirigir sus pensamientos hacia otro tema. En algún momento, sin que se
hubiese dado cuenta, los guardianes que aún le acompañaban, se habían
bajado la capucha. Un hermoso prendedor dorado de detalles policromados en rojo
y azul formaban formas vegetales de tallos en espiral que se entrelazaban,
justo como las paredes de cristal del piso superior. De alguna manera, la
añoranza a otras condiciones climáticas había hecho del intricado motivo foral,
un símbolo. Parchos marfileños que se iban borrando hasta alcanzar tonos
trasparentados, iban apoderándose de áreas del cuerpo que ya no valía la pena
cubrir. Ahora, estando cerca de ellos, entendió el porqué del paso digno y
pausado con el que se movían, que tanto le sorprendió a su llegada.
—Vienes buscando un substituto a las clavisamillas,
¿no?, escuchó decir, Maximino. Ante
semejante pregunta no pudo más que levantar su mirada sobresaltada. El ser sin
mover sus labios sonreía en complicidad. Sentado sobre una amplia manta de
parchos, que elegantemente pareaba pedazos de cuero decorados con diseños en
hilo de oro y plata y piel cubierta de
espeso pelaje, todo teñido en tono borgoña, lucía como el mismísimo Zeus.
Tomó el silencio de Maximino cómo afirmativa, y
prosiguió, ¿Para qué deseas abrir el portal sin la anuencia de la Curia? Me
tienes curioso. Podría haberlo esperado de cualquiera, pero jamás de ti.
Maximino no sentía fuerzas para exponer en palabras las
razones de tu solicitud. Dejó fluir su mente, abrió sus pensamientos a los
ocupantes de la habitación. Imágenes de los Vampyr reunidos decidiendo el
destino que Andreas, su hijo en el calabozo aguardando su pena; diversas
escenas borrosas de las vidas de Filippo; su rostro de ojos grandes y redondos enmarcados
por cejas y pestañas profusas, aspectos que a pesar de su evolución física,
nunca cambiaron a través del tiempo, por los que podía divisarse un acantilado,
que conducía a un espacio vacío, incomprendido constantes sometimientos al Lete
Memnosia; la cristalización temprana de Maximino y su incapacidad a continuar
llevando a cabo tan peligroso procedimiento; su búsqueda constante por una
verdad, que una vez conocida no le satisfizo, más le horrorizó; Ana Isabel, y
la desolación que trajo Filippo su muerte; dejó ver imágenes que recordaba y
alguna que otra resurgía polvorienta de los vagones de su memoria;
ejerciendo todo su empeño en no olvidar mencionar nada que pudiera conmoverle,
a hacerle coautor de un astuto proyecto proscrito. Una vez, desbordada su
memoria, desarmado se sintió vulnerable, sentía que temblaba pero no de frío.
—Hijo mío, las clavisarmillas no tienen ninguna
función mágica. Es sólo un recurso, un imán que crea una conexión
más duradera con la puerta al otro lado del puente que comunica un mundo con
otro. Dentro de su revestimiento en oro existe un recurso simpático, un mineral
perteneciente a nuestro mundo. Yo ni me atrevería a llamarlo un artefacto
mágico. La señal que comunica Khromathorion con este lugar, es
independiente de si existe la clavisarmilla o no, esta simplemente la hala con
mayor potencia, eso es todo. Evidentemente es bueno aparentar que las
clavisarmillas hacen otro tipo de labor, así nadie se molesta en buscar la
forma de conseguir materiales con el mismo efecto, que mantengan el portar
abierto por más tiempo. De no haber sido así, de seguro la Tierra
estaría en caos, o bajo el control de algún aristócrata con poder. Eso sí,
parece oro, pero es una aleación entre oro… ¿Recuerdas el litino? —Maximino
contestó una sonrisa de memoria agradable.
— Las clavisarmillas cargan en interior un
grueso estambre de litino. Una vez nos dimos cuenta de que el oro, en sus
diferentes variantes, ejercía una fuerte fuerza magnética a nuestras joyas de
litino, comprendí su valor y capacidad. De alguna manera, el oro y el
litino pueden hacer conexión y me atrevería a pensar que el oro podría ejercer
la misma fuerza desde el otro lado del portal, por eso la cubierta está hecha
en oro. Eso es todo, el secreto del viejo Fidias.
— ¿Crees que se podría conseguir hacer otras?
— No hay suficiente material para conseguir realizar otras
clavisarmillas o algo que consiga unir el portal, por mucho tiempo.
— ¿Mucho tiempo? Filippo necesita unos instantes.
— Bueno, considerando lo que me dices
entiendo que puedo ayudarte a hacer un intento, uno desesperado, pero es más
que nada. Creo conservar alguna que otra cosa que puede sernos de utilidad por
su contenido en litino. Quizás uniendo todas esas piezas podamos conseguir
material suficiente. No estoy seguro de cuánto pueda salir, pero nada pesa en
intentarlo. Pero antes de comenzar, deseo que me prometas algo. Te ayudaré a
crear la pieza, pero tú me ayudarás a pasar el portal junto a tu nieto. No
deseo continuar aquí, dijo Fidias en tono de solemne
negociación, el más serio que sostuvo durante toda la visita de Maximino.
— ¿Estás consciente de que nadie sabe que
puede sucedernos, si pasada nuestra hora real de muerte en Kromathorion,
entramos en el portal?
— Lo he meditado muchísimo. Quiero que mi
existencia pierda su chispa en Khromatorion. Tengo una teoría alocada acerca
del opus cristallus. Pienso que no existe manera de regresar de ese estado. Que
las almas que allí aguardan, lo harán eternamente porque les ha tocado el
fin, más tarde de lo usual, pero les ha tocado el fin sin el beso de la muerte.
Piénsalo, Maximino. Todos, se supone, que hayamos desaparecido.
La existencia en Kromathorion llevaba un tempo
hasta cumplir un término y, una vez cumplido, la muerte nos cortaba el hilo de
la existencia. Aquí, le estamos perdidos, pero el tiempo pasa, nuestro tiempo
no es eterno, y aun cuando nuestro hilo no sea cortado, porque no lo
encuentran, perecemos y no hay remedio. La muerte no llega, ni nos alcanza, sin
embargo, nos petrificamos nuestro cuerpo dice basta, se cansa. Me da miedo
pensar que mi esencia quede atrapada en esa piedra por el resto de los tiempos,
o que esta vague sin rumbo por el mundo, penando, añorando el próximo
paso natural al que se supone que me enfrentase. Quiero que la cristalización
no se complete, que la muerte me encuentre en mi tierra y que el Omnipotente
disponga de mí de la manera que juzgue. Hemos saltado sus reglas, somos
intrusos de otro mundo que creó para otros seres, y le hemos transgredido este
proceso, algo hay que pagar, y estoy dispuesto a hacerlo en mi ambiente
natural, sin ser abandonado, perdido en el medio de la nada, que el Omnipotente
no me encuentre sin haber demostrado mi valor a ser juzgado por mí importunar
su orden. Pagaré cuanto allá que pagar, pero allá, dónde se supone que me
hubiese quedado. ¿Tienes claro que el estar aquí es un atrevimiento de nuestra parte?
¿Quién somos nosotros para cambiar el orden natural del Omnipotente?, Maximino.
¿Quién somos? Varias
carcajadas sarcásticas temblaron nerviosas en lo más profundo del alma de
Fidias. –Sólo te ayudaré a abrir el portal tras la figura de Sekhmet,
si prometes que tu nieto me llevará a través del puente que conduce a
Kromathorion.
— Tu requerimiento le será impuesto como
condición a su travesía, serás tú quien le entre la llave.
|
||
Fidias llamó a sus mejores orfebres, para que rebuscaran
el palacio por piezas que pudieran guardar algún rastro de litino. En
menos de una hora, los pupilos presentaron una bandeja a su maestro. Fidias
comenzó a evaluar el porciento de litino que contenía cada pieza.
Mientras disfrutaba de su discurso de materiales se expresaba de litino
como si hablase de un ser pensante —Estoy seguro que el litino es lo que
vendría siendo aquí el oro, pero como hablábamos, no pertenece aquí. Es tan
poderoso, es capaz de ajustarse al medio ambiente en que se encuentra,
identificar aleados. Encontró por sí
mismo al oro. ¡Qué maravilla! Fusionan tan bien, por eso ha sido fácil
ocultar el secreto del portal. El oro era un excelente aliado, sus propiedades
comunes les sirven de camuflaje. Aquí nos sirve de protección.
Maximino recordó cómo había exigido que se juntase sangre
con oro para revestir el material que cubriría las paredes de su búnker
palacio, para evitar la mirada curiosa de cierta vampira que contaba con
la capacidad de inmiscuirse en lo que no el incumbía si poseía algún elemento
que pudiera ser conexión con la persona.
|
La línea de pensamiento le fue interrumpida por Fidias,
que a carcajadas le dijo, Excelentísima estrategia la tuya. Nunca se me
hubiese ocurrido semejante uso. Debe ser una gran amenaza esa vampiro; toda una
vampireza. Y sin agregar más, Fidias continuó escudriñando los objetos en
la bandeja. Las piezas comenzaron a salir disparadas hacia todos lados. Si el
contenido de litino era escaso para someterlo por un proceso de
separación de minerales, con un increíble poder telekinético Fidias retiraba
las piezas de la bandeja. Cualquier coleccionista hubiese pagado una fortuna
por cada una de las objetos rechazados, pero en ese momento, para el escultor,
si no poseían la concentración que buscaba, no presentaban ningún valor, eliminándolas
haciéndolas volar por los aires hasta rodar por el suelo. Al final, sobre la
superficie dorada de la bandeja quedaba un torque, tres broches, dos fíbulas en
forma de dragón, un pedazo de un brazalete roto, un anillo, dos hebillas de
sandalias. Pero, el más burdo de los objetos expuestos frente a él, se le
hizo el más valioso, una tosca hacha de talón. El talón de esta pieza fue
ligeramente manipulado en época posterior a su fabricación, no se le debió dar
mucho uso debido a su debilidad. El escaso valor que su dueño le dio permitió
que se conservara oculto bajo los escombros del hogar de una cabaña de la Edad
del Hierro, que se mantuvo en uso hasta época romana. Fidias
tomó su tiempo para incorporarse. Un dolor no expresado atravesó el silencio de
en la sala. Invitó a Maximino a participar del hallazgo. Inexperto en materia
de minerales, a Maximino le pareció oro blanco. Nunca se había detenido a observar
las diferencias de un material y otro, solo poseía el conocimiento popular
entre los vampiros de las capacidades del oro, pero jamás pensó que alguien se
hubiese dado a la tarea de traer materiales extranjeros, y que esos hubiesen
sido aleados con otros locales; no hubiese recordado el litino, si no
fuera porque Fidias lo trajo a colación.
torques |
—Hay suficiente material, para fundirlo y hacer algo,
si lo combinamos con el litino de tu clavisarmilla. Ya veré que me invento.
Pero antes, mandaré a hacer una que substituya la tuya, no querrás levantar sospechas.
No debe tomar tiempo, aún guardamos el molde que diseñé para ellas. En eso ya
estamos de acuerdo. Cambiando el tema, tu hijo es un genio. Lograr cambiar su
naturaleza. ¡Qué ingenio! ¿Tienes idea de cómo lo hizo?
Entre ofendido, avergonzado y horrorizado, Maximino
pronuncio un rotundo NO. No pudo evitar preguntarse si a Fidias su
existencia a través de los milenios le había enloquecido.
— No te preocupes, muchos se preguntan lo
mismo. La verdad es que estoy más cuerdo que nunca en mi existencia, pero llega
un momento, luego de que poco a poco te vas petrificando, que piensas más de lo
que actúas, recuerdas más de lo que vives, y con un poco de suerte agradeces
más de lo que te lamentabas, y eres más tú en tu ser, que lo que dice tu
nombre. No vivo preocupado de las intrigas y las reglas de antaño. Mis
cuestionamientos y miedos no miran tan lejos en el futuro como lo hacía antes,
porque mírame, no tengo por qué explicar el por qué. Mi tiempo se
acaba, y este ha sido, para bien o para mal, bastante largo. El único futuro
que me preocupa es que ha de pasar con mi esencia luego que se complete el opus
cristallus. Aparte de eso, vivo aquí, tranquilo sin que se acuerden de mí
y yo no tenga que ajustarme a nadie.
¡Agorácrito! Toma los materiales, comienza la separación.
Ordena que busquen el molde la clavisarmilla, que hagan una sólo en oro. Que la
hagan rápido, que Maximino la necesita antes de marcharse.
El aprendiz, cómo la mayoría de sus antiguos pupilos,
también comenzados en el proceso de cristalización, se acercó a la bandeja y
tomando las piezas, se dirigió hacia la escalinata que llevaba al piso
superior, dónde se encontraban los talleres.
— Sabes que te buscarán hasta
encontrarte. Asegúrate que dejas la clavisarmilla en buenas manos. No se me
ocurre una mejor persona que tú para cuidar una de sus piezas. Estas cosas
mantienen el orden. Encárgate de que se cumpla la entrega en buenas manos.
De los que estamos aquí dudo mucho que alguien más desee
regresarse a Khromathorion. Desean yacer esperando que llegue la hora de
remplazar la piedra por una nueva piel. Estoy seguro que no pasara. Seré el
único que me marché. Le pediré a algunos de mis estudiantes que me transporte,
como ves ya no puedo moverme solo.
Pantarkes, querido
pupilo, acompaña a Maximino a los
talleres, cuida de que se cumplan todas sus exigencias, Fidias dirigió sus instrucciones a su
antiguo estudiante de aspecto estrecho, como adolecente en que aún no se
definen sus rasgos masculinos, el vampiro pestañas níveas y de movimientos
endurecidos le dirigió el camino había los talleres.
Recuerda, estaré allí para hacerle entrega de la llave a
Filippo. A sus relacionados, que se vayan todos de dónde se encuentren. Que
sean anónimos. Buscarán contra quién cobrárselas, eso te incluye a ti,
Maximino y puede que me busquen a mí, pero ya no estaré. ¡Hasta nunca, que
vivas bien!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario