Aun cuando la abundante luz exterior entraba desde los
ventanales de corte francés, que corrían de lado a lado de la pared exterior,
el níveo color de las paredes y las vestimentas, y la relajante temperatura de
55 grados pretendían lograr un ambiente ameno, cuando entró a aquella
habitación con visos de celda, sentía el helado y seco frío capaz de quebrar el
cristal que deja tras de sí la ansiedad,
el desespero que de quien en se encontraba confinado a aquellas paredes. De
visitar tantas habitaciones ya había logrado identificar las atmósferas de los
espacios de cada uno de esos pacientes. No podía explicarlo de otra forma
aparte de que la atmósfera era un algo casi visible, casi palpable. Daba risa a
los demás cuando escuchaban sus descripciones, “es que la habitación estaba
azul” o “era como una niebla densa y húmeda”, y de algún modo, aunque no se
identificaban con sus descripciones, se veían obligados a darle la razón. Cada habitación era distinta con
cada paciente recluido, una y mil formas sujetas a constantes cambios segun los
rostros que la habitaban. Había algo abstracto pero presente, aun cuando no
pudiesen describirlo de una manera tan vivida por lo hacia el luego de tantos
años de experiencia. Esta habilidad, que algunos conocen como don, le permitía
discernir de antemano de qué forma, sin caer en la condescendencia, podía
tratar de manera empática al que ser amenazado por cosas de las que soledad
transitaba. Aquel don le llevó a conocer más de tres cuartas partes de las
condiciones encerradas tras aquellas puertas blancas con el pequeño mirador.
Ahí estaba él envuelto en hielo, muriendo de frío y quemaduras
mentales. Le encontró jugando con la cremallera del abrigo que le había
regalado su expareja, quien nunca había transitado por aquella habitación luego
de dejarlo en la recepción y despedirse con un adusto “vuelvo mañana”. Tomó asiento mientras daba un escueto pero
apacible saludo, y observó como las
venas formaban mogotes sobre el dorso de la mano, detalle del que antes no se
había percatado. El hombre tomó la palabra, sin dejar de jugar con la esquina
inferior de su abrigo.
-No ha venido, y dijo que volvería mañana. De eso hace
más de una semana –el médico le observaba sin tomar la palabra por lo que
continuó - Antes de que se fuera, cuando yo pensaba que todo estaría bien,
aunque de verdad no lo pensaba… ¿o lo pensaba? La verdad es que no estoy seguro,
Doctor. Bueno, yo le escribí una canción. Pensé que le gustaría, que la
enamoraría más… Quizás debería decir que la retendría, que la haría hacerse dar
cuenta de cuando la amaba, de lo romántico que era. Ya sabes, darle una de esas
cosas que a las mujeres les gusta, que se pasan quejándose de las parejas
cuando no son románticos, rollos del hombre perfecto y eso.
-¿Qué te hacía sentir inseguridad?
- Dudaba que tuviera a alguien más, que se fuera, de
que no me quisiera. Constantemente me recordaba lo aburrido y frustrante que yo
le parecía. No la culpo, yo lo sé.
- Y si ella..
-¡No lo sé! No quiero que me deje –interrumpió de
improviso, si conocer el argumento, la pregunta o la aseveración que su médico
presentaría – y no viene. No llama.
-Bueno, y ¿qué pasó con la canción?
- Luego de escucharla recogió cada una de sus cosas, y
se marchó. Siempre decía que yo me tenía
que ir, pero esta vez…-. Bajo
lentamente la mirada temblorosa y expresiva; aquellos ojos pardos y sospechosamente
atractivos. De su bolsillo sacó un grupo
de papeles maltrechos y descuidados. Desde su reclusión no se había despegado
de aquel viejo y despintado abrigo gris de capucha. Le entregó uno de los papeles y observando
directamente los gestos del médico, espero.
Con la mirada sobre si, el médico sintió la presión de
quien espera conocer la reacción, más allá de su papel dentro de los sucesos,
sobre la calidad del documento. El título de La Cordura estaba escrito en color
negro, y el resto en la letra en azul. Los atributos del trazo de estas dos palabras se
distinguían por un excesivo grosor,
debía haber apretado la punta del bolígrafo contra el papel al escribirlo.
Reconocerme en
los rincones de tu abrazo.
Comprarte flores cuando sales del trabajo.
Volver contigo cuando escucho el noticiero.
Quedarme fuera y que me empape el aguacero.
Para estar cuerdo.
Y seguir despierto.
Tenerte cerca cuando estalle la razón.
Besar tu estambre, congelar la habitación.
Contigo dentro.
Para estar cuerdo.
Comprarte flores cuando sales del trabajo.
Volver contigo cuando escucho el noticiero.
Quedarme fuera y que me empape el aguacero.
Para estar cuerdo.
Y seguir despierto.
Tenerte cerca cuando estalle la razón.
Besar tu estambre, congelar la habitación.
Contigo dentro.
Para estar cuerdo.
Ella me reclamó
los últimos tres versos. Estaba furiosa. Histérica. Me gritaba que estaba
enfermo, que no tenía nada que aportar, que me viera en un espejo. Aun no sé
qué pasó. ¿¡Que hice mal!? De verdad, estoy pendiente de ella, y casi no
reclamo, vivo para complacerla. Traté de detenerla. Estaba dispuesto a todo lo
que fuese necesario hacer para que se quedase, pero no lo pensó dos veces, se
marchó.
- Entonces es que
usted decide ir y tomarse las pastillas para dormir, ¿no?
- Si, ahí fue que
pasó.
- Pero la llamó a
ella, luego de tomarlas. Sea sincero, ¿deseaba morir?
La prolongación
del silencio, la mirada oculta en una metódica observación de unas manos
vacilantes llenas de marcas, contestaron la pregunta. No le torturaría más con
ello. Dio una segunda mirada a La Cordura.
-“Congelar la
habitación contigo dentro, para estar cuerdo”. Es una expresión muy intensa.
¿Se sentía así?, con la necesitad de congelarla para retenerla. ¿Ha escrito algo más?
-Es un decir.
-¿Dudaba?
- ¿Qué si
dudaba? Mucho –contestó luego de torcer la mirada cambiando su semblante a
aceptación.
-Luego de la
última vez que la vio, ¿ha escrito algo más?
-Sí, otra
pequeña canción como esa. – Mientras explicaba le entregó la otra hoja que
cargaba consigo en el bolsillo.- Es la
continuación, la que usted tiene la llamé “La cordura” y la siguiente le llamé “La locura”.
-Muy propio
para el momento.
- O sea, fue
después, ya estando aquí, habiendo escrito la otra. No se crea que se me
ocurren cosas tan creativas desde un comienzo.
Abrió la última puerta o eso pensaba
y encontró otra puerta: la luz del alba.
Tiene el alma más habitaciones
que un prostíbulo o un hospital.
Y la Locura más razones para amarte
que un corazón espinas de rosal.
Abrió la última puerta o eso pensaba.
Y sólo abrió los cierres de su garganta
y encontró otra puerta: la luz del alba.
Tiene el alma más habitaciones
que un prostíbulo o un hospital.
Y la Locura más razones para amarte
que un corazón espinas de rosal.
Abrió la última puerta o eso pensaba.
Y sólo abrió los cierres de su garganta
-Entonces
reconoce la debilidad de sus sentimientos. “La locura más razones para amarte
que un corazón espinas de rosa” Sabe que no es sano, lo reconoce.
-Si, pero no
importa. Ella es todo. Hablaré con ella,
le demostrare…
- Usted sabe
que no volverá…y aunque usted no lo crea es lo mejor que le podría suceder. –le
interrumpió invadiendo su línea de pensamiento.
Sintió como su
interlocutor le cerraba las puertas a la comunicación, desviando la mirada. La
conversación había sido concluida. Tomó
sus últimas notas y cruzó la puerta dejando tras de sí.
No se permitía
la lastima. Dentro de circunstancias normales le parecía incompresible que un
hombre como él se encontrase en aquella penosa situación. Aquel hombre había sido
objeto de numerosos comentarios por las empleadas de la institución. No había pasado
desapercibida su larga y ondulada cabellera marrón, o sus enormes ojos tristes,
o su voz. Los tonos lastimeros de su voz
habían sido elogiados por todo aquel en dirección a sus respectivas tareas,
pasaba de largo la puerta de su habitación. Sin duda era el prototipo del joven
artista perseguido por las mujeres que sueñan con los que hablan sus canciones
y pretenden dar chispa a su mirada perdida; cualquier hombre promedio reconocería
que no le era competencia en tema de mujeres. Se le hacía dispar la combinación
de aquellos atributos físicos con semejante panorama. Sin lugar a dudas su diagnóstico
era claro, y en su historia anotó trastorno de personalidad dependientes, rasgos
de borderline disorder. Debía recibir el tratamiento correspondiente. Permanecería
algún tiempo en aquella habitación.
-Doctor,
¿alguna instrucción?
-Eh, no. Bueno,
sí. Si llegase una mujer llamada Lucia Hernández, no la dejen entrar. Háganla
pasar por mi oficina.
-Tomo nota y dejare
aviso.
-Sí, hazlo,
pero ni siquiera yo creo que venga.
No hubo contra
ataque verbal. ¿Es acaso que la verdad rompe el alma? <<Tiene
el alma más habitaciones que un prostíbulo o que un hospital.>> Le dolía el estómago y se le dormían las
piernas. Era más fácil no estar en tiempo, lugar y espacio, era mejor
concentrarse en cantar, cantar y volver a cantar, lo mismo una y otra vez. Si
el dolor no se marcha, que importa curarse con el mismo dolor. El médico se
había marchado, como todos. << Abrió la última puerta o eso pensaba. Y
sólo abrió los cierres de su garganta>>. Dejó ir su mirada hacia la
ventana, en la que las gotas de lluvia luego de su estrepitosa caída desde de
los cielos, se estrellaban para morir en un serpenteante y agotador descenso adherido al
cristal, a la realidad.
Esta historia me ha transmitido muchas emociones, especialmente un sentimiento de indefensión que seguro comparto con el protagonista. Imaginar el alma como un espacio de múltiples habitaciones es sobrecogedor y abismal. No quiero imaginarme la soledad de un personaje tal, aferrado a una vana esperanza que lo devuelva al estado anterior de cosas, sin poder resolver ese amor frustrado tan cercano a la muerte. Si el cuento no aplica para el curso, te ha permitido acercarnos la experiencia de la enfermedad mental con un nivel de cercanía y normalidad maravilloso. Saludos
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