A ver, ¿cómo comenzar? Ha sido un fin de semana sorpresivamente
agradable. Nos fuimos a viajar sin salir del país, como siempre, al Viejo San Juan.
Muchos pensarán: para eso, mejor pasar el fin de semana en hotel La Concha en
el Condado; pero esos no somos nosotros. Nos gusta quedarnos en el Hotel El
Convento: pequeño, acogedor, histórico, elegante y, sobre todo, sin demasiados
visitantes. No hospedarse allí, es perderse parte de la experiencia de estar un
fin de semana en el VSJ. Y, es que, para nosotros, allí lo tenemos todo: buena
cocina en SoFo, buenos bares en la San Sebastián (aunque lo que suele pasar es
que nos hartamos en el wine & cheese de los sábados en el hotel), paseos
para caminar, tiendas de joyería, teatro (de haber algo), músicos en la calle, vistas
agradables, edificios históricos coloniales que nos sacan de lo que nuestro día
a día, pero sobre todo, tiendas de antigüedades donde pasar las horas excavando
entre la mugre y el polvo a ver que encontramos.
Puede que ese “deporte” suene muy aburrido, pero para nosotros
puede llegar a ser el “pick” de la semana, si encontramos algo interesante. Normalmente,
encontramos discos (siempre estamos en la búsqueda de una victrola His Masters
Voice que tenga la bocina en forma de flor y que este en “mint condition”. En
San Francisco encontramos una, pero no estaba en funcionamiento; arreglar eso
cuesta más que la pieza como tal. (Nota aparte: esta búsqueda es un tanto infructífera
por culpa de mi esposo. Vale que no lo
hemos encontrado, pero él siempre quiere comprar las cosas ―como dice mi padre―
a precio de pesca’o abomba’o. El día que lo encontremos y mi esposo haga una
oferta, yo me iré y lo dejaré solo. No
pienso soportar que se nos rían en la cara). Pero, volviendo al tema, esta vez,
una colección (mint) de Benny Goodman Orquestra. Ahora mismo la estamos
escuchando y suena genial, con ese lastre de sonido mono que lo hace
interesante. Perooooooo, el “pick”, o más bien mi pick del fin de semana costo
$25.00, pero para mí, ahora cuesta $100,000.00.
Como no lo hice antes, tengo que
echar un poco para atrás en el tiempo. A ver como lo hago…
Me gusta coleccionar libros. El problema es que este mercado ha
cogido auge entre los tres gatos geeks que pensamos que los libros son… (usaría
una expresión, pero me abstendré de hacerlo por sonar sacrílego) lo más grande
que ha hecho la humanidad. Los anticuarios consientes de esto, están más pendiente
que nunca de su valor en el mercado. Hay que estar alerta, muchas veces quieren
pasarte gato por liebre. La realidad es que quisiera conseguir copias raras de
ciertos libros clásicos, pero ascienden a los miles y eso queda completamente fuera
de mi presupuesto; así que he decidido darle un giro a la cosa y buscar dentro
de los libros otras dimensiones valiosas.
Cuando abro los libros me fijo en las cosas que están escritas a
mano. Básicamente, pago más por lo que está a mano que por el libro en sí, porque
como dije, los libros que quisiera en este momento de mi vida no los puedo
comprar.
En diciembre pasado hice a mi esposo y mi mejor amigo (Osqui, que
el muy santo me tiene una paciencia astronómica) soportar el frío de un mercado
navideño en DC por más de una hora en lo que decidida que libro me llevaría.
Revisé el librero uno a uno. Los primeros que cojo son los del 1800 porque
suelo buscar libros o de literatura del Romanticismo o Gótico; y para quien me
conoce, sabe que, si no me hubiese especializado en medieval, lo hubiera hecho
en literatura del Romanticismo. Pero nada, los anticuarios lo saben, algunos
los andamos buscando y ellos... $$$$$$. En fin, ese día me llevé el segundo tomo de Boy
Trapper Series: Mail Carrier de Harry Castlemon, impresión de 1875
Sin entrar a resumir la historia de la novela, contaré porqué lo
escogí entre los demás. Cuando compré el libro estábamos cerca del 25 de
diciembre del 2015, y el panorama estaba lleno de mercadillos, gente tropezando
y música navideña. Era genial para lo que pasaría cuando abriera el libro y me
enamorara perdidamente de él. Pues bien, cuando abro el libro, me encuentro con
un mensaje a lápiz y con una caligráfica clara y estirada. Para hacerlo
divertido, observando esas características traté de sacar información: una mano
adulta, educada y femenina. Luego, leí el mensaje: (primera página) Julius. E
Watterson 2138 Euclio Ave. Cleveland. (página
del lado) Merry Xmas for my dear Julius from Mamma. Dec 25’ 1897. No me equivocaba, era una mano de mujer
adulta.
Por poco lloro, sí, soy súper tonta, pero probablemente ese libro
publicado en 1879 esperó por ser comprado en los anaqueles de una librería hasta
que en 1897, una madre decidió comprarlo para su hijo como regalo. O sea, yo,
en un mercado de navidad en 2015, alrededor del 20 de diciembre, decidí comprar
un libro que alguna vez fue un regalo de navidad para un niño en 1897. No
necesitaba más razones para llevármelo. Aunque cabe señalar que, aunque la carpeta
y las páginas están en excelente estado de conservación, algunas páginas están sueltas.
Ahora, vamos al
de hoy:
El
empleado o dueño de la tienda, a estas alturas, ya debe conocernos. Como se
imaginarán, hicimos que sacara todos los libros en bolsas plásticas que había
en una pequeña estantería. Había otros dos que me llamaban la atención, el
problema es que no estaban los tomos completos: tenían el segundo tomo de The
last days of Pompeii y otro… Pero, terminé comprando: El Juramento de
Largardére, nombre que se le otorgó a la traducción de la novela Le bosu -el
jorobado (1858) de Paul Feval. Se había
perdido la fecha de publicación, pero contábamos con una fecha mejor.
Sin querer, abrí la contraportada primero. Encontré una nota
manuscrita a lápiz con una caligrafía grande y poco estilizada; pensé: varón
joven. Leía: “Es propiedad de Manuel M. Guioré”. No era mucha información, pero
al menos si encontraba otra cosa quizás consideraba comprar el libro. Para
asegurarme que todas las páginas estuviesen pegadas, las corrí como a un
abanico. ¡Sorpresa! Una foto de un joven. Pensé: “¡Wow! ¿Qué es esto?” Fue
horrible cuando el dueño de la tienda la vio y me la quitó diciendo―: Esta hay
que ponerla en la sección de fotos antiguas―. Yo me ofendí. Ernestito soltó una
risita porque interpretó mi cara al verlo sacar la foto del libro. ¡Cómo se
atrevía! Ese debe ser el tal Manuel M. Guioré. ¡Eso es parte de la historia
personal de ese libro! El asunto es que, intentando disimular mi furia seguí
corriendo las paginas hasta llegar a la portada. Cuando a la abro, me encuentro
con lo más hermoso del mundo. Y, ¿qué puede ser lo más hermoso del mundo?: una
vieja historia de amor atrapada en el tiempo.
En el interior quedaban los rastros de una flor
marchita, y el siguiente mensaje (del que tres hemos intentado descifrar, pero
solo hemos conseguido comprender algunas partes): “Testimonio de mis afectos a
la Srta. Providencia Orr…… de su … M. Guioré”. ¡Ese libro tenía que ser mío! Me
lleve el libro al pecho. Miré al hombre y le dije―: Nadie te va comprar ese
libro por lo pronto, pero yo te lo compro si me devuelves la foto―. Podrán
deducir el desenlace. Él estaba seguro que lo que yo estaba haciendo era una
tontería y que él sacaría dinero a una porquería más. Mientras tanto, yo,
estaba segura de llévame las reminiscencias de una historia de amor que espero
haya sido bien habida.
No pudo haber mejor clausura para un fin de semana en
el VSJ.
Ps. Ahora pensando... ¡Qué pena que no
sujete la página en la que encontré la foto! Si era un ávido lector y algo
romántico, probablemente aquella página podía guardar algunas líneas dedicadas
a ella. Porque en ocasión a un amor, nadie regala un libro sin un motivo
particular, siempre, detrás de todo, hay un mensaje oculto. A lo mejor, un día
de estos consigo una copia del libro (esta está demasiado delicada como para
ser leído) a ver que encuentro.
¡Ah! Si alguna vez algún descendiente de Doña
Providencia o Don Manuel Guioré entrara en este blog, sepa que estoy dispuesta
a devolver el libro si me prueba que, en efecto, es su descendiente. Este libro
debe ser un legado familiar, y no pertenece a otro que no sea su línea sucesoria.
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